Dejando atrás el pujolismo

El catalanismo ha metabolizado buena parte de la difícil digestión del caso Pujol. Por ello, la imputación del matrimonio Pujol y tres de sus hijos no erosiona la autoestima del país. Tiene el efecto paradójico de incentivar la necesidad del independentismo de distanciarse emocionalmente del universo ideológico y político representado por el autonomismo. Quizá sepa mal, pero la familia Pujol ya se ha convertido en símbolo de un pasado que se quiere dejar atrás cuanto antes. Así, la inevitable actualización del caso Pujol influye en el proceso político catalán, pero para acelerarlo, no para detenerlo. No ralentiza el exigido acuerdo entre los principales actores políticos del proceso soberanista. Lo hace más perentorio, si acaso.

Sin embargo, la concreción de los pactos está comportando tiranteces, y requiere tiempo de rumia y maduración. Hasta ahora, el foco ha sido colocado sobre la cuestión de las listas coordinadas o la lista única. Pero la dificultad real no es acordar el modelo de concurrencia electoral en las próximas plebiscitarias. Este es un tema difícil de objetivar, pero no deja de ser una cuestión de estricta eficacia electoral. El núcleo duro del debate es la discusión de la hoja de ruta de los próximos meses. Es un tema de dificultad extrema, ciertamente. En sí mismo, y porque los actores políticos que deben gestionar una situación tan compleja están inmersos en un proceso de recomposición radical del tablero político catalán. No hace falta una gran capacidad de observación para concluir que el sistema de partidos catalán vive una profunda mutación. Y donde más compleja es la metamorfosis es en los espacios que se están articulando a partir de ERC y CDC. Al fin y al cabo, se trata de los dos polos que ya están prefigurando las fuerzas políticas sistémicas de la Catalunya posautonómica.