INTANGIBLES

En defensa de los intereses de las élites

La demagogia está desplazando a quienes deberían renovar el sistema

JORDI ALBERICH

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El hundimiento generalizado de la política tradicional en los países europeos, y la eclosión de un personaje como Donald Trump en EEUU, es el mejor reflejo de un problema, grave y de fondo, que compartimos las sociedades occidentales. Y éste es el deterioro en las expectativas de las, tradicionalmente, amplias y confiadas clases medias. A ello ha contribuído la crisis, con sus millones de afectados por el desempleo o por el recorte de salarios y prestaciones pero, aún más, la sensación, justificada, de que nos adentramos en un capitalismo distinto al que caracterizó los mejores años de la historia europea.

Y es que tras dos guerras mundiales, conscientes de la responsabilidad compartida en la barbarie, se apostó por un contrato social capaz de compatibilizar el crecimiento económico y la acumulación de riqueza, rasgos propios del capitalismo, con el derecho de todo ciudadano a una vida digna. El miedo a nosotros mismos nos forzó, entonces, a la sensatez.

Pero fue también el miedo al otro, al comunismo, el que animó con aún mayor contundencia esa apuesta por sociedades justas e inclusivas. Ello explica que librados, afortunadamente, de la amenaza soviética, el mal llamado liberalismo, que Margaret Thatcher simbolizó como nadie, ocupara todo el espacio político, y ahí sigue. Se esperaba que la dureza de esta crisis, que ha mostrado las debilidades de ese liberalismo, sirviera para poner en duda algunos de sus fundamentos, más allá de ajustes técnicos en los mercados y en el  gasto público. Pero no ha sido así.

Sin embargo, en  el contexto actual, el estímulo para ajustar excesos del capitalismo no vendrá del miedo al otro que no existe, pues ¿a quien asusta el sindicalismo o las alternativas políticas que algunos denominan antisistema? ¿Qué capacidad tienen estos movimientos para articular una alternativa real

Así, la iniciativa para reformular algunos aspectos del sistema debería partir de sus mismas élites, conscientes de que los propios excesos se acaban pagando. Pero esas voces, que ciertamente las hay, no se oyen pese a que, coincidiendo con la aparición de Podemos o la CUP, parecía que emergía una cierta autocrítica. Pero ante el caos, cuando no esperpento, que en ocasiones acompaña a dichas opciones políticas,  por no mencionar a unos sindicatos instalados en el limbo, cualquier asomo de autocrítica ha desaparecido.

Particularmente, me desorienta y preocupa esa extrema complacencia desde el seno del sistema. Actuar con la imprudencia de no temer a nadie y con la candidez de desconocerse a uno mismo, solo puede conducir al desastre. Por ello, es urgente que hablen aquellos que, desde posiciones privilegiadas, creen que el modelo debe ajustarse. Por una cuestión de justicia y, también, de defensa de sus intereses a medio plazo.