Defender un río que es vida

Aunque, en general, yo sea más amigo de la tierra que del agua, confieso que me he sentido atraído por algunos ríos. Famosos o modestos. El Ganges, por ejemplo. Nace en la vertiente sur del Himalaya y hace casi 3.000 kilómetros para ir a desembocar en el golfo de Bengala. Lo he visto cuando el río y yo todavía descubríamos nuestros caminos. Otro gran río, el Danubio, lo vi pasar cuando ya estaba pacificado y su agua avanzaba a ritmo de vals.

El Ebro, en cambio, es para mí un río más familiar. Quizá porque lo conocí palmo a palmo, si es que el agua que corre se puede contar por palmos. He visto el nacimiento del Ebro, en Fontibre, cuando es poco más que una fuente, y aún veo la chica que se agachaba con un cántaro en la mano para recoger un poco de agua que nacía entre las plantas. Sí, yo me dediqué durante bastantes días a seguir todo el Ebro con un ciclomotor que alguien me dejó, que seguramente ya había hecho muchos kilómetros y se encallaba a menudo, y en ocasiones era yo quien tenía que empujar. Y así llegué al Mediterráneo, cerca de la isla de Buda, donde la arena y el agua nos hicieron encallar.

Ahora Catalunya se ha movilizado por el Ebro. Contra un plan hidrológico que ha propuesto el Gobierno del PP. Hay muchas entidades que se oponen al plan. Pancartas y banderas proclaman: Lo riu és vida. El conseller Josep Rull ha recordado la oposición decidida del Ejecutivo catalán en esta cuestión: «Defendemos el delta del Ebro a través de un contencioso administrativo con la justicia española, y sobre todo en Europa». El portavoz de la manifestación precisó que no se trata de un problema solo del Ebro,  sino de todo el país.

¿Por qué tenemos que recurrir tan a menudo a la comprensión europea para ser escuchados con la esperanza de que nos den la razón en un conflicto? ¿Es que los que están físicamente lejos de nosotros lo ven más claro? Busco, para terminar este artículo, unos bonitos versos de Kipling: «En la amplitud de los campos los ríos resbalan...».