Dos miradas

Dedos humildes

El escultor Fidel Aguilar, cuya obra se expone ahora en Girona, fue «un meteorito fugaz» cuyo brillo, lejos de desvanecerse, se convierte en perenne

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JOSEP MARIA FONALLERAS

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Eva Vázquez, que es una excelente periodista cultural y que un día, cuando nos enseñe lo que escribe, será una escritora de primer nivel, sensible, con una lengua sabia y fluida, es también, de vez en cuando, comisaria de exposiciones. La última, una que está dedicada a la figura de Fidel Aguilar, el escultor noucentista. Se puede ver en la Casa Pastors, de Girona, con más de 200 piezas del artista que murió hace 100 años, cuando solo tenía 22, «un esbozo de vida». Si no lo conocen, hagan ahora mismo un google y verán cómo se embelesan ante «sus figuritas estilizadas y sinuosas, con aquella grácil decantación de cabeza y la sonrisa enigmática de una revelación interior». Pero, si pueden, vayan a ver (y casi a palpar) esta obra «de una fragilidad extrema», hecha en terracota, con una técnica que se denomina argerata y que es un procedimiento tradicional de la cerámica negra, con unas pátinas que hacen el efecto del bronce, o, entre otras, en piedra de Girona cincelada, unas cabezas que hipnotizan.

Vázquez explica que, cuando tuvo en sus manos una de las piezas de tierra cruda moldeada, pudo observar todavía las huellas del escultor, el recuerdo de los dedos jóvenes y humildes que la modelaron, la percepción de algún misterio desconocido. La fascinación por Fidel Aguilar es inmediata y permanente. Como dice el título de la muestra, «un meteorito fugaz», cuyo brillo, lejos de desvanecerse, se convierte en perenne.