Los jueves, economía

Decíamos ayer

Quizá la crisis griega es lo que necesitaba la UE para frenar las tendencias centrífugas que amenazan el proyecto europeo

JOSEP OLIVER ALONSO

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Hace un par de semanas les hacía partícipes de mi creciente desilusión con el rumbo que está tomando Europa. Y señalaba que, fuera cual fuera el resultado final del asunto griego, el proyecto común saldría muy perjudicado. Lo ocurrido en estos dramáticos días no ha hecho más que afianzar esta percepción. Porque Europa se nos ha llenado de indignados, y ello a ritmos crecientes. Si repasan la prensa europea, verán hasta qué punto ha calado un hondo pesimismo, un profundo cansancio de tanta discusión y debate, y, por encima de todo, una patente falta de entusiasmo con el futuro de la Unión.

Lo sucedido desde el inicio de la crisis se ha llevado por delante el espíritu de la generación fundadora del proyecto europeo, y de la que la sucedió. Quizá, como en tantos otros ámbitos de la economía, la política y la sociedad, la caída del muro de Berlín significó el final de una cierta idea de Europa, atractiva y estimulante, que se articulaba alrededor del eje paritario franco-alemán. Y así, de las proclamas europeístas de décadas anteriores, hoy hemos pasado a un renacido nacionalismo, económico y de todo tipo. Para muestra, una más y van ya tantas..., la victoria del antieuropeísta y xenófobo Partido Popular Danés, con el 21% de los votos, situándose como la segunda fuerza política y formando parte ya del gobierno de ese admirado país.

En todo caso, Grecia nos ha obligado a mirarnos en el espejo. Y lo que vemos no es de nuestro agrado. ¿Cómo es posible que un país con un PIB similar al de Catalunya lo ponga todo patas arriba? La respuesta es, lastimosamente, muy simple: porque no existe solución razonable. O los griegos se van, el Grexit famoso, o se quedan, y se les perdona una parte notable de su deuda. Ambas soluciones llevan plomo en las alas. Si los griegos se marchan, ello repercutirá muy negativamente sobre dos pilares básicos del proyecto europeo. El primero, y el más acuciante para los países del sur, es el de la voladura del sacrosanto principio de la irreversibilidad del euro. Si Grecia lo abandona, la crisis no termina, simplemente se desplaza y se transforma. Y ya veremos hacia adónde y cómo, pero con mucha probabilidad se mantendrá en el sur. El segundo sería el abandono de la UE y una nueva realineación estratégica del país. Los coqueteos de Tsipras con Rusia y China son evidentes, y la situación de los Balcanes no es precisamente de estabilidad. ¡Mal asunto para Europa si ahora pierde la frontera sureste, a caballo entre Rusia, Turquía y Oriente Medio!

Tampoco será una solución duradera que Grecia se quede. Ello exigirá un nuevo paquete de ayuda (el tercero en cuatro años), una nueva recapitalización de su banca (por tercera vez) y el sentar las bases de una mejora no demasiado creíble, a la espera de la nueva crisis. Que inevitablemente llegará. Además, las pérdidas para los contribuyentes alemanes, españoles o del resto de europeos que implicará el perdón de la deuda no hará más que reforzar la frustración e indignación de la opinión pública del centro y del norte del continente. Por otra parte, visto lo visto hasta hoy, no hay ninguna certeza de que la condonación de la deuda fuera el final de la historia. Todo apunta a que la cuestión griega va a continuar encima de la mesa. En suma, y en el corto plazo, la situación se ha deteriorado tanto que, sea cual sea el final del pulso de Tsipras con su referéndum, no aparece una salida viable para todos. Una en la que todos ganemos, se entiende.

¿No hay, pues, esperanza? Quizá haya luz al final del túnel. La última chispa de optimismo, muy débil todo hay que decirlo, procede del mapa de ruta de la Unión para la próxima década que se define en el llamado Documento de los cinco presidentes (Completing Europe's Economic and Monetary Union). En él, Jean-Claude JunckerDonald TuskJeroen DisssejbloemMario Draghi y Martin Schultz plantean un salto adelante, relativamente ambicioso si se cumpliera, en el horizonte 2025: mayor prosperidad y convergencia, finalización de la Unión Bancaria y de la del Mercado de Capitales, avances hacia la Unión Fiscal y nuevo papel a las instituciones democráticas, es decir, del Parlamento europeo.

Decía hace dos semanas que solo una decidida acentuación de la integración puede detener la creciente desafección y las tendencias centrífugas que amenazan el proyecto europeo. Quizá la crisis griega es lo que necesitábamos para dar este salto. Quizá, a la vista de lo que está hoy cayendo, ese 2025 quede demasiado lejos, y veamos una aceleración del proceso de unión económica y monetaria, mayor integración política y solidaridad intraeuropea. Ojalá sea así. Pero si ello no sucede, lo dicho. Pobre Europa: entre todos la mataron, y ella sola se murió.