Geometría variable

¿Debe estar Catalunya pendiente de la CUP?

JOAN TAPIA

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Un economista me advierte: que el 'president' lo vaya a decidir un partido que quiere sacarnos no solo de España sino del euro es un desastre. Una profesora inquieta me dice todo lo contrario: la CUP, que ha multiplicado sus votos más que nadie y que encarna la protesta de la juventud, no debe ser ignorada. Estoy de acuerdo con los dos.

Es un hecho. La CUP ha pasado de 3 a 10 diputados. Es el único partido -junto a Ciutadans- que ha incrementado sustancialmente sus votos (un 166%). Y nadie puede cerrar los ojos al sentir de 336.000 catalanes, el 8,2% de los que votaron el 27-S. Nada menos, pero nada más.

Y mucha gente -y no solo los jóvenes- ha tenido razones, a veces poderosas, para votar a la CUP. Somos el país (tanto España como Catalunya) con la tasa de paro más alta de Europa. El desempleo juvenil está desde hace años en un escandaloso 50%. Los salarios han bajado (sobre todo para los jóvenes) por la hiriente (pero inevitable) devaluación interna que hemos vivido.

Y los partidos instalados no siempre han estado a la altura. O no se han explicado bien. O las dos cosas a la vez. La socialdemocracia, el tránsito del socialismo desde el sentimiento a la racionalidad, ha decepcionado a muchos rebeldes con causa. No ha implantado la igualdad social con la que soñaban (algo bastante imposible). Pero, además, al PSOE siempre le ha dado cierto reparo asumir el discurso socialdemócrata. Luego, la fórmula algo elemental de José Luis Rodríguez Zapatero -el Estado del bienestar será permanente y creciente- se dio de bruces contra la crisis en mayo del 2010, cuando tuvo que bajar el sueldo de los funcionarios, congelar la mayoría de las pensiones y recortar la inversión pública. Zapatero cometió, para muchos (incluidos barones socialistas), un sacrilegio. No lo explicó y poco se ha dicho que ahora Alexis Tsipras toma medidas más duras. Eso sí, tras haber alardeado como un gallo y haber hecho un referéndum (palabra sagrada) que fue un inútil brindis al sol.

Y cuando la sentencia del Estatut el Govern de José Montilla se hizo un lío y Carme Chacón mostró más ambición de ministra que quiere subir que interés en sintonizar con la opinión pública catalana. El PSC salió tocado. ¿Hasta que Miquel Iceta bailó?

La conducta del catalanismo clásico también ha decepcionado a muchos. Corría el 2011 y, nada más llegar al poder y en lo más profundo de la crisis, Artur Mas decide que lo urgente es recortar gastos y, al mismo tiempo, suprimir el impuesto sobre la herencia. Luego se desentiende del escándalo del Palau de la Música (en todo caso, el tesorero Daniel Osàcar hacía en CDC lo que quería porque tenía poderes absolutos). Más tarde Jordi Pujol, el autor de los discursos moralizantes sobre Catalunya, confiesa que durante muchos años ha sido -como mínimo- un defraudador fiscal. CDC perdía credibilidad pese a que Mas y Oriol Pujol Ferrusola -hijo del 'president' y segundo de Mas- predicaran que la independencia nos curaría de todos los males. Finalmente el líder de ERC, Oriol Junqueras, decide ir en la lista unitaria y plegarse a Mas.

Y los de ICV ceden al dogmatismo de Pablo Iglesias y se inventan un líder vecinal, buena persona pero soso, porque a Podemos Joan Herrera y Dolors Camats le parecen "vieja política". Absurdo total.

Ha habido razones para que muchos jóvenes airados -y maduros cabreados- se sintieran frustrados por CDC, ERC y el PSC y prefirieran votar a la CUP. Cierto.

PROGRAMA DE DESOBEDIENCIA

Pero la legitimidad -o incluso la conveniencia- de la protesta vigorosa no debe confundirse con el derecho a decidir el gobierno. La CUP es un grupo asambleario cuyo programa es la desobediencia a las leyes, que nos quiere sacar de Europa y sin modelo de referencia solvente en el mundo. Tienen algo que decir, han sacado 336.000 votos y deben ser escuchados. Pero ello no implica condicionar el programa de gobierno de un país en el que la inmensa mayoría de los ciudadanos prefieren ser ciudadanos europeos antes que revolucionarios bolivarianos o algo todavía más confuso.

Pero la culpa no es de la CUP, que lógicamente quieren influir al máximo. La responsabilidad es del nacionalismo (que se definía 'business friendly') y de la Esquerra de Junqueras, que han ido a las urnas con un proyecto tan sobrado de voluntarismo (para ser educados) que -al bajar diputados y perder la mayoría absoluta- les deja encerrados con un único aliado posible.

El 8,2% de catalanes que han votado a la CUP tienen muchos derechos. Pero la CUP no pueden imponer sus criterios al resto de ciudadanos que han votado al PP, a ICV, al PSC, a Ciudadanos y a Junts pel Sí y que -pese a sus enormes diferencias- quieren vivir en una Catalunya europea.