ANÁLISIS

Solo puede quedar uno

ANTÓN LOSADA

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Mariano Rajoy y Pablo Iglesias se lo pusieron fácil al aspirante. Si Pedro Sánchez buscaba ocupar la centralidad del espacio político y promover su imagen de presidenciable no pudo encontrar mejores aliados que la socarronería descontrolada de un enrabietado presidente en funciones y el mitin acelerado de un líder de Podemos a quien, a veces, le cuesta trabajo orientarse correctamente para viajar desde un plató de televisión al Congreso de los Diputados.

Ambos le acusaron de carecer de programa. A continuación, Rajoy le reprochó querer regresar a las políticas socialistas que nos habían traído la crisis. Luego Iglesias le imputó proponer un programa liberal a gusto del terrible Luis Garicano, el agente doble de la FAES infiltrado en Ciudadanos. Eso sí que es cuadrar el círculo. O una cosa o la otra. En su empeño por empequeñecer al aspirante ambos agigantaron a un Albert Rivera que hizo lo que mejor sabe: aprovechar la oportunidad.

En su día, Rajoy cedió el turno a Sánchez confiando en que sus hipotéticos socios le crujieran mientras él se quedaba a cubierto. El plan no ha funcionado. Ahora Rajoy parece pretender recuperar la iniciativa a base de bofetadas dialécticas. Iglesias rehuyó cualquier intento de aproximación y dejó claro desde el primer minuto su verdadera línea roja: el Gobierno se hará bajo sus condiciones o no se hará. Ambos pusieron en pie a sus huestes aunque seguramente le han ahorrado a Sánchez el trabajo de movilizar a las suyas cara a otra campaña electoral.

DOS RELATOS SOBRE EL 20-D

Entre el ruido y la furia de unos lances verbales donde sobró testosterona y faltó sutileza pudo apreciarse con claridad el origen de nuestros males: hay dos relatos sobre los resultados del 20-D y solo puede quedar uno. El problema no es el resultado, ni mucho menos que la gente haya votado mal. El problema se localiza en la lectura que realizan unas fuerzas políticas firmemente convencidas de que gobernar es ganar.

Rajoy e Iglesias compiten desde un relato donde no queda más opción que elegir entre la gran coalición de la derecha "al servicio del Ibex 35"” como devela Podemos, o un gobierno de izquierda “radical” como denuncia el PP. Todo cuanto se aparte de ese dilema o no es serio, o es un engaño, o un teatro, o un engendro, o una traición.

Con cierto complejo ante populares y Podemos, Sánchez y Rivera han comenzado a construir un relato transversal basado en el convencimiento de que nadie puede gobernar exclusivamente con los suyos y los parecidos. Cada uno de nosotros votó para que ganasen su partido, pero el resultado ha sido que nadie puede imponer su programa. La negociación entre diferentes posiciones ideológicas y la construcción de compromisos donde todos ganan algo y pierden algo ni supone un problema, ni representa una abominación. Simplemente es la solución.

Ambos relatos no pueden convivir. Durante los próximos dos meses uno acabará prevaleciendo sobre el otro. O elecciones o transversalidad, he ahí el dilema. Vieja política 'versus' nueva política.