Los jueves, economía

De pobreza infantil y otras miserias

La grave situación de los niños que viven en hogares pobres sugiere su exclusión social en el futuro

JOSEP OLIVER ALONSO

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Es conocido que la crisis ha supuesto un empeoramiento de la distribución de la renta en España. También lo es que la pobreza se ha disparado. Pero el aspecto más aterrador de este panorama son los niños que viven en hogares pobres: cerca del 30%, es decir, en torno a los 2,5 millones. Este diagnóstico, efectuado ya por organismos internacionales (FMI, OCDE o Comisión Europea) y privados (Unicef y Cáritas, entre otros) ha sido brutalmente actualizado en la última edición de la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) del INE, referida al 2014. Unos resultados difíciles de categorizar, tanto por lo que muestran acerca del avance de la pobreza y su impacto en los menores como por lo que apuntan sobre su futuro.

Por lo que respecta a su evolución, los hogares pobres antes de la crisis se situaban en el 16% del total. Tras los siete años bíblicos de crisis, en el 2014, se han elevado al 22,2%, unos 4 millones de familias. Y los niños que viven en esos hogares han aumentado desde el ya elevado 24% al insoportable 30% citado. Además, en un 3,3% de los hogares (unos 600.000) una comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días simplemente no es posible, en un 11% (más de 2 millones) no puede mantenerse la vivienda a temperatura adecuada, mientras que en torno al 7% (1,3 millones) su renta no les permite tener ni automóvil ni ordenador. Por si no fuera bastante, las familias con niños sin posibilidad de disponer de libros adecuados a su edad han aumentado hasta el 5,7% (cerca de un millón); las que no disponen de equipos de ocio al aire libre (bicicletas o patines, por ejemplo) son ya el 14,2% (más de 2 millones); y las que no pueden tener actividades regulares de ocio o celebrar ocasiones especiales, como cumpleaños para los pequeños, más del 26% (casi 5 millones de hogares) ¡Una catástrofe insoportable!

Cabe destacar la disparidad regional. Según el INE, los hogares pobres en Catalunya serían solo el 15,8%, mientras que en Andalucía alcanzan el 33,3%. Esa disparidad refleja que la renta familiar que se toma como medida de la pobreza es la media española, de forma que en las autonomías más ricas quedan fuera de esa línea muchos hogares. Si se usara, como sería deseable, la renta media de Catalunya o del resto de CCAA para medir la pobreza en cada una de ellas, los resultados catalanes, madrileños o vascos serían menos positivos.

Desempleo y educación

¿Cuáles han sido las razones de este aumento? La crisis es el elemento detonante, en especial por el desempleo de aquellos con menor nivel educativo: de los 5,4 millones de parados del primer trimestre del 2015, un 55% eran de esa categoría educativa. Ello es el reflejo de la enorme sangría en la ocupación para este grupo, con más de 3 millones de empleos perdidos, de los 3,8 millones destruidos. Pero junto a los efectos de la crisis, no hay que olvidar elementos más estructurales, como el impacto de las transformaciones provocadas por el cambio técnico y la globalización, con sus secuelas de generación de pocos empleos de alta cualificación y aumento de los puestos de trabajo de bajos salarios, que definen una nueva pobreza, la de aquellos con ocupación.

Las consecuencias de esta catástrofe social se reflejan en un creciente paro estructural. Pero es tanto o más preocupante el dramático futuro que espera a esa enorme cohorte de niños pobres. Para ellos, una deficiente alimentación, el bajo capital cultural familiar y los inevitables problemas de aprendizaje sugieren un proceso de inevitable exclusión social. Los niños pobres de hoy son, y este es el más grave impacto de esta terrible historia, los adultos pobres del mañana.

Frente a esta catástrofe, ¿qué hacer? La incipiente salida de la crisis debería permitir atacar los dos ámbitos de esta nueva pobreza. Primero, en lo relativo a los parados de baja cualificación, agresivas políticas de empleo para no caer en la paradoja de necesitar inmigrantes cualificados y mantener niveles de paro estructural insoportables. Segundo, y en lo tocante a la pobreza infantil, una decidida acción del sector público para subsanar parte de las deficiencias que sus familias generan.

España, a diferencia de otros países del entorno, se había caracterizado por una pobreza coyuntural, vinculada al ciclo, con la excepción de la relativa a pensiones. Los datos de la ECV, y las tendencias de fondo que nos afectan, apuntan a un futuro mucho más terrible: el de una pobreza estructural, con importantes y crecientes colectivos de jóvenes pobres. Estamos en un estado de sitio, de emergencia social. Hay que abordar de forma radical la reducción de la pobreza infantil. Si no queremos hacerlo por justicia, hagámoslo por egoísmo: el futuro de la convivencia social y de nuestro mercado laboral lo exigen.