Los vuelcos políticos

De Atenas a Sevilla pasando por el norte

Tanto en Grecia como en España se plantea la opción de la alternativa frente a la de la alternancia

XAVIER BRU DE SALA

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Hace dos milenios y medio, el mundo se acababa en el actual estrecho de Gibraltar. A ambos lados, según la mitología, dos columnas gigantescas, plantadas por Hércules, marcaban el límite. Pero siete siglos antes de nuestra era, un comerciante griego, Coleo de Samos, llegó navegando y atravesó el Estrecho. El mundo era algo mayor. En el presente, las columnas de Hércules lucen con orgullo en el escudo de Sevilla. Como veremos, este mito no es la única conexión entre Grecia y Andalucía. Existe otra, que pasa por un norte que nos domina y entonces ni existía.

Algún día, Europa deberá tomar una decisión con la inviable Grecia, si es que los griegos no deciden levantar el país con sus propias fuerzas, trabajo hercúleo que ha llevado a cabo Lituania por su cuenta pero que Grecia está lejos de proponerse. Tsipras podría haber empezado por una cosa tan sencilla como reducir el muy exagerado gasto militar, pero habría topado con el orgullo nacional. Las primeras medidas del Gobierno consisten en gastar más dinero, aún más dinero que Europa proporcionará. Vuelve a contratar funcionarios en el país donde más sobran y donde la Administración es menos eficiente. De una manera u otra, Bruselas y la troika, que lo tendrían muy fácil para deshacerse de Tsipras, buscarán una fórmula para que pueda pasar la maroma, como un equilibrista en la cuerda floja. Podrían obligarle a cumplir los compromisos de manera estricta bajo pena de no pagar las nóminas de los funcionarios griegos. Podrían provocar una revuelta contra el flamante y desafiante vencedor de las elecciones. Pero flexibilizarán algo más las condiciones para que Tsipras pueda medio cumplir alguna promesa. Si los mercados, en Europa, respiran tan tranquilos es porque dan los acuerdos por descontados y no temen el contagio. Algún día Europa tendrá que optar entre cerrar el grifo a Grecia o perdonarle una parte sustantiva de la deuda, pero de momento, en las inciertas circunstancias actuales, todo el mundo cree que más vale empujar la bola hacia el futuro, y si se hincha algo más ya no vendrá de aquí.

En términos políticos más genéricos y generalizables, las elecciones griegas del pasado domingo significan la sustitución de la alternancia por la alternativa. La alternancia entre conservadores y socialdemócratas, que han competido para gobernar y colaborado en las cuestiones básicas, está en el corazón del sistema. Pues bien, esto en Grecia se ha acabado. Ahora gobiernan los de la izquierda radical. Y resulta que eso, que no había pasado nunca en ninguna parte y que en tiempos de la guerra fría habría provocado un descalabro universal, no pone ni un solo pelo de punta a los conservadores más conspicuos de la vieja Europa. Lo tienen todo controlado. La izquierda radical es un tigre de papel. En todo caso, el pollo es para los socialistas, que no han sabido presentar un perfil diferenciado ante la crisis.

¿Y si en España sucediera algo similar a Grecia? España no se encuentra más allá de los Balcanes y de Albania. España dispone de una población que multiplica por cuatro la griega y un PIB cinco veces y media superior. En España hubo milagro mientras en Grecia hacían trampas. España exporta, y Grecia no. El sentido común indica que el triunfo de Podemos es altamente improbable. Para empezar, sería preciso que el PSOE se hundiera.

En España también se plantea la bifurcación entre la alternancia y la alternativa. Con la izquierda dividida entre PSOE y Podemos, Rajoy tiene, hoy por hoy, todas las de ganar. Pero las cosas, a unos meses vista, se le podrían torcer. El epicentro de la vuelta a la alternancia se encuentra en Tartesos, aliada de Grecia en la antigüedad. En la Sevilla que todavía exhibe las legendarias columnas, Susana Díaz acaba de dar un formidable y muy ambicioso paso adelante para levantar al PSOE, y a ella de paso, hasta las puertas de la Moncloa. Si gana las elecciones anticipadas -y para eso las ha convocado-, si reduce de una sola tacada a Izquierda Unida y Podemos al rincón de la inoperancia, estará en condiciones de barrer a Pedro Sánchez y hacer frente al PP. Si los andaluces creen que con su presidenta en el poder de Madrid tendrán el futuro mejor asegurado, y si encima Díaz pergeña un discurso medio populista con ribetes radicales, ya veremos qué ocurre. Pablo Iglesias, pillado a contrapié, se deshincharía. Los calculadores del PSOE saben que Sánchez es un caballo perdedor.

Tsipras es una realidad, y a la presidenta andaluza la maniobra le puede salir bien o mal. El éxito de Díaz es un futurible, está claro, pero hay dos hechos evidentes. España es diferente de Grecia. Andalucía, no tanto. ¿Quién las mantendrá?