El proceso soberanista
¿David y Goliat?
Ni Catalunya es tan frágil, ni España tan fuerte. Apariencia y realidad no van de la mano en este caso
Enric Marín
Periodista y profesor de la UAB
ENRIC MARÍN
En estos últimos días, el presidente Artur Mas se ha referido al contencioso entre Catalunya y el Estado haciendo analogía con el relato bíblico de David y Goliat. Esta comparación tiene una virtud ilustrativa, pero ni Catalunya es tan frágil, ni España tan fuerte. Apariencia y realidad no van de la mano en este caso. De hecho, el gigante Goliat tiene pies de barro. El rechazo de cualquier escenario de negociación y pacto por parte de los dirigentes del PP no es una muestra de fortaleza; es un signo de fragilidad y debilidad. La política española no parece estar preparada para afrontar de manera inteligente la partida de ajedrez que está jugando con el catalanismo soberanista.
¿Qué sustenta esta afirmación? Sin voluntad de exhaustividad, destacaré siete razones. En primer lugar, la falta de diagnóstico. Hace diez años, como mínimo, que la percepción de las élites españolas sobre la realidad catalana es francamente deficiente. No entendieron el significado de los tripartitos, ni las consecuencias de hacer naufragar la reforma del Estatut. Ahora tampoco entienden la lógica popular y transversal del nuevo soberanismo. Con una visión étnica de Catalunya, tampoco entienden que el proyecto político soberanista no está basado en la identidad de origen. Está basado en la construcción de una identidad-proyecto plural e inclusiva. Por eso amenazan inútilmente con la fractura interna de Catalunya y también por eso tienden a aplicarnos torpemente la plantilla vasca. En segundo lugar, y conectado con lo anterior, la deformación de la imagen de Catalunya. Superada la dictadura, no se ha hecho ninguna pedagogía sobre la realidad plurinacional de España. Al contrario, se ha ido dibujando una grotesca caricatura de Catalunya como región rica, insolidaria, corrupta y culturalmente excluyente. Este ha sido el caldo de cultivo para alimentar un populismo anticatalán electoralmente rentable. La campaña contra el Estatut significó el punto culminante de esta deformación de la realidad catalana. Revertir ahora esta imagen para hacer posible un pacto basado en el reconocimiento nacional de Catalunya es como modificar bruscamente la trayectoria de un trasatlántico. Deshacer la caricatura catalana en España será una tarea de años.
En tercer lugar están los intereses económicos cruzados consolidados desde los años 80 del siglo pasado. El establecimiento de un concierto económico solidario para Catalunya significaría una disminución de ingresos de un mínimo de 8.000 millones para el Estado y para las comunidades receptoras de estos fondos de solidaridad. Por eso Rajoy no quiso ni oír hablar del pacto fiscal propuesto por Mas. En cuarto lugar está el contexto democrático. Se atribuye al general Espartero la afirmación de que «hay que bombardear Barcelona cada 50 años para mantenerla a raya». Durante siglos esta fue una puntual y siniestra tradición. Afortunadamente, hoy este escenario es inimaginable. No habrá solución al contencioso entre Catalunya y el Estado que pretenda ignorar los principios democráticos básicos. Locales e internacionales. Europa y el mundo observan a Catalunya. Tanto, que las primeras declaraciones de Cameron tras el referéndum escocés parecían telegrafiadas a Rajoy. Sabemos que en Europa incomoda el cuestionamiento del status quo que significa la propuesta de creación de un Estado catalán. Pero aún serían más incómodas actuaciones políticas contra la legitimidad democrática. En quinto lugar está la cuestión del tempo políticotempo. Rajoy cree que necesita tiempo para que mejore la situación económica y baje el suflé catalán. Y se vuelve a equivocar. Lamentablemente, los efectos sociales de la crisis aún tienen un recorrido de años y cuanto más tarde la respuesta a las reivindicaciones catalanas más crecerá en Catalunya la desafección a la política española. El Estado ha perdido la batalla de las ideas en Catalunya y retrasar indefinidamente el escenario de negociación no juega a su favor.
En sexto lugar, la crisis sistémica española. La salud institucional del Estado es frágil. No hay que hacer ahora el inventario. En este contexto, aprovechar la reivindicación soberanista para replantearse el Estado en clave de actualización, recreación y regeneración podría ser una oportunidad. Pero los partidos dinásticos, los partidos sistémicos, no están en condiciones de asumir conjuntamente esta mancha. Parecen más inclinados a terminar de dilapidar el crédito de instituciones tan claves como el Constitucional. Y en séptimo lugar está la mediocridad de los actuales líderes políticos españoles, incapaces de ir más allá del cálculo electoral y partidista. No parecen preparados para enfrentarse a la realidad hasta que no sea del todo inevitable. Goliat se moverá torpemente y demasiado tarde.
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