ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Dar clase en vez de dar guerra

TRUEBA

TRUEBA / periodico

DAVID TRUEBA

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A pocos sorprenderá una encuesta reciente de la que da noticia la revista 'The Economist', que relaciona la religiosidad y la creencia en supersticiones con el nivel educativo. Según el estudio, con tan solo un año más de escolarización se rebaja en un 10% la posibilidad de ser creyente practicante y la ampliación de los datos en países como Turquía y Canadá explica que a mayor grado de escolarización menor afición por las prácticas supersticiosas y la afiliación a iglesias. Puede que muchos se digan que no hacía falta un estudio científico para dejar constancia de esta certeza. Pero quienes reaccionan así reproducen lo que es un defecto mayúsculo a la hora de acercarse a las religiones. La superioridad intelectual es un rasgo equivocado, porque tratamos de asuntos para los que la razón tiene una moderada importancia. Por eso está bien asentarse en datos y no tanto en certezas. Y, sobre todo, hacerlo siempre con una dosis de respeto que nunca está de más.

Puede que muchos de nosotros no veamos en el integrismo islámico una amenaza cierta, pese a que en nuestro propio país está captando adeptos gracias a la crisis. Para algunos no es sino el producto de una época convulsa en una región geográfica concreta. Pero para cualquiera que viaja por el mundo hay algo preocupante en las dimensiones humanas del asunto. No va a ser fácil vivir aislados, en nuestra burbuja mal llamada occidental. Así como para combatir el ébola llegamos tarde con nuestros sanitarios, también para comprender el fenómeno social que allí se está desarrollando llegamos tarde con nuestros bombardeos aéreos teledirigidos y nuestra táctica militar. A lo largo de los años, la influencia cultural ha ido perdiendo peso y no es raro pasear por zonas muy pobladas donde las únicas escuelas que trabajan a pie de calle y ofrecen educación y amparo a los niños y jóvenes son de marcado carácter religioso, de dogmática perseverancia.

Basta con preguntar en el abandono casi absoluto por los lugares de reflexión y recogimiento para entender que la oferta es muy escasa y siempre del mismo cariz. Algunos han creído que bastaba con la influencia televisiva, la machacona exaltación de los mitos del consumo y el bienestar para desarmar la sinrazón. Pero no es así, porque la sensación de desigualdad no ha hecho más que crecer. El voluntariado se ocupa de asuntos prácticos: ingeniería, medicina, ayuda alimentaria, pero apenas le ha quedado espacio para la educación y la cultura. Las escuelas son el centro de desarrollo personal de un país y la estrategia en la que nos embarcaron los políticos occidentales ha sido catastrófica y hemos perdido nuestra vocación de influencia cultural y educativa. Conviene que nos asomemos a esta verdad y tratemos de cambiarla, porque si no, nunca acabaremos de entender lo que se nos viene encima. Dirigidos por idiotas y violentos hemos perdido nuestro poder de influencia y lo que fue imprescindible en nuestra formación de países libres se lo estamos negando a los que acceden a esa reforma siglos después. Si con algo hay que bombardear es con escuelas y conocimiento y recibir con menos placidez la inyección de dinero del petrodólar si no va asociada al desarrollo cultural y educativo en sus regiones. Estamos perpetuando el lujo de una élite local islámica, vacío y centrado en la marca deportiva y de consumo, mientras toleramos la orfandad educativa del resto.