Dos miradas

Curso regular

En el caso de las barcas hundidas en el canal de Sicilia, en Malta, solo nos fijamos cuando el tamaño del horror es ya insoportable

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Hablamos de los naufragios por acumulación, por decantación. No nos impresiona el instante cruel de la muerte sino el poso que se instala entre nosotros después de múltiples accidentes. ¿Accidentes? Claro que no lo son. Este es el gran abismo moral en el tratamiento de dos noticias que tienen el mismo final y que valoramos de manera diferente. En el caso del avión de los Alpes, hablamos (y mucho) con la intensidad de la emoción cercana, eso es cierto, pero también porque no lo esperábamos, porque huye de nuestros esquemas, porque pensamos que es «imposible» que algo así pueda pasar en un vuelo plácido entre Barcelona y Düsseldorf. En el caso de las barcas hundidas en el canal de Sicilia, en Malta, solo nos fijamos cuando el tamaño del horror es ya insoportable. No porque sea un accidente, una circunstancia no prevista o, como dice el diccionario, «lo que viene a romper el curso regular de las cosas». Aquí, en los naufragios de cada día, el curso regular es justamente la desolación, la muerte, el cierre europeo, los programas que no evitan la desgracia sino que -murallas sordas- procuran que no nos afecte.

Estos días, los floristas anuncian que se venderán seis millones de rosas. Pasará. La Organización Internacional para las Migraciones anuncia que, con el buen tiempo, cada semana tendremos miles de muertos en el Mediterráneo. También pasará. No es una premonición ni tampoco una apuesta incierta. ¿Es «el curso regular de las cosas», no?