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Cultura

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Mikel Lejarza

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Con frecuencia, muchos de los defensores de la cultura critican el papel que desempeñan en su difusión los medios de comunicación, a quienes consideran, especialmente los audiovisuales, poco menos que los culpables de todos los males de una sociedad que mayoritariamente parece preferir contenidos más simples que los considerados por la intelectualidad como productos de calidad contrastada. Es un debate constante entre quienes consideran que el público siempre tiene razón y que es el principal destinatario de la comunicación, y entre los que entienden que la elite es necesaria para crear emociones nuevas que enriquezcan el acervo humano, coincidan o no estas con los gustos mayoritarios de la población. Se critica a los primeros solo perseguir lo comercial, como si llegar al común denominador de la sociedad y saber hacerlo mejor que otros fuese un delito; y a los segundos, aristócratas ajenos a la realidad y ensimismados en sí mismos, como si no existiese el derecho a ser diferente, ni a intentar encontrar nuevos caminos o nuevas formas de expresión. El debate, más teórico que real, deja bandos muy bien definidos y que con frecuencia viven al margen de las razones de los otros. Recientemente, un crítico de cine decía sobre la película más taquillera en aquel momento en nuestro país: «El director sabía conectar con el público , pero no con la crítica». Pero se olvidaba de preguntarse por qué la crítica, la suya por ejemplo, no conectaba con el público al que presuntamente se dirige.

En 1952, Alfred Kroeber y Clyde Kluckhohn recopilaron en una magistral obra 164 definiciones diferentes de cultura. Hay materia por lo tanto más que suficiente como para discutir cuál consideramos como válida para definir qué es cultura y qué no. Pero en general aceptamos que «cultura» es aquello que abarca las distintas formas y expresiones de una sociedad determinada. Costumbres, prácticas, rituales, maneras de ser y comportarse... Y nada muestra más esas realidades que los medios de comunicación: sus contenidos son el reflejo perfecto del suelo cultural común de las sociedades en las que trabajan. En ese sentido, es innegable que todo medio de comunicación forma parte inequívoca de la cultura de nuestro tiempo porque, nos guste o no lo que reflejen, son el espejo de lo que somos y muestran el denominador común de nuestra cultura. Pero también hay que recordar que el término cultura nace del latín cultus, que proviene del significado «cultivo» y que por tanto cultivar el espíritu humano y las facultades intelectuales de hombres y mujeres forma parte de su propia definición. Y aquí es donde cabe preguntarse si todo lo que hacemos los medios siembra elementos que mejoren nuestra sociedad. Los hay que sí lo hacen, y los hay que no. A los primeros les premiará la sociedad porque el público no solo es inteligente, sino que agradece a quienes les ayudan a mejorar. A los otros, que nada les aportan, terminan por abandonarlos dada su inutilidad. Quizás para usted esta sea una conclusión en exceso optimista, pero creánme, los pesimistas también se equivocan y son menos felices. Y al final de todo, es esto de lo que se trata.