La culpa la tiene Larra

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RISTO MEJIDE

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La culpa la tiene Larra. Mariano José de Larra, sí. Ni Pobrecito Hablador ni leches. La culpa la tiene Larra y todos los que piensan o han pensado alguna vez como él. Desde Goethe hasta Espronceda. Desde Rousseau hasta Bécquer. Desde Beethoven o Chopin hasta Luis Fonsi. Admitámoslo des-pa-cito, los románticos nos han jodido a todos la vida. Y todavía nadie ni nada ha puesto remedio. Al revés, nuestros referentes culturales actuales no hacen más que ensanchar la brecha y echar más sal en las heridas.

Hace poco se repetía la escenita de marras en 'First Dates'. Ella, poniendo ojillos de cordero degollao le preguntaba a él: "¿Tú eres romántico?". Pregunta trampa en la que, o inmediatamente dices que sí, o estás jodido. Él, que se diría que lo último que había leído era el manual de la máquina de cardio y la última película que había visto habría sido protagonizada, producida y escrita por Van Damme, miraba hacia el infinito buscando una respuesta que saliese de la pared. Y dado que un muro nunca es la respuesta, al final con un hilillo de voz contestó con la única sílaba honesta en esos casos. "N-no". Porque lo tuvo que transformar en dos sílabas, como siempre que se intenta decir la verdad y quedar bien a la vez.

Bien tirao, pensé. Al final, no va a ser orégano todo monte de músculos. Mis prejuicios, de nuevo, al taller de revisión. Y mi cabreo, de nuevo, contra los románticos, también. Estoy con un libro, 'Relationships' de The School of Life, que me está abriendo viejas heridas y nuevos ojos contra esta gentuza que nos sigue adoctrinando desde las películas de Hollywood hasta pastelosos 'best-sellers' literarios con tintes pseudoeróticos que nos impone peligrosos dogmas de fe que, como todo dogma de fe, sería conveniente derogar.

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La culpa la tiene Larra. Para empezar, por confiarlo todo a la intuición. Negaré que lo he escrito, pero en temas sentimentales nuestra intuición falla más que una escopeta de feria. No hay más que mirar tu lista de 'ex', siempre superior en número, en mentiras y en error. Una intuición que nos dice 'de un flechazo' que ésa es la persona para el resto de nuestros días. Cuando ni siquiera la conocemos de nada. Cuando, en realidad, chico no conoce a chica. Es precisamente cuando chico conoce a chica que se suelen dejar. El enamoramiento es sólo la pregunta. Y la respuesta diaria es lo que, algún día y con suerte, podremos llamar amor.

Pero es que además, la culpa la tiene Larra por juntar para siempre sexo y amor. Dos conceptos que hasta el siglo XVIII habían estado necesariamente separados. Dos conceptos que pueden llegar a ser hasta antagónicos. Porque si ya es difícil enamorarte de alguien, imagínate lo difícil que es tener además buen sexo con ese alguien por los siglos de los siglos. Porque así nos va, que cuando se aburren del sexo, las parejas se ven empujadas a dejarse. Monogamia sexualizada y claustrofóbica que deviene necesariamente en promiscuidad secuencial.

La culpa la tiene Larra. Por hacernos creer que donde no hay pasión no hay alegría. La pasión, ese desajuste cerebral de desproporciones épicas que tantas tonterías ha firmado. Una tormenta perfecta en la que oxitocina y endorfina nos preparan un cóctel molotov de hormonas para desayunar, comer y cenar. Mantener viva la llama. Menuda estupidez. Si tu relación es tan débil y frágil como una llama, mereces la oscuridad total en cuanto sople la primera brisa. Toda relación que se precie no comienza por una llama sino por un incendio. El que arrasa hasta las más bajas pasiones. Si después de ese holocausto nuclear queda algún superviviente, entonces hablamos de algo serio.

La culpa la tiene Larra. Por crearnos el maldito mito de la media naranja. Un ser –y sólo uno en la historia y en el mundo– que me entienda sin tan siquiera abrir la boca. Y eso sí, que además lo haga desde el principio. No al cabo de años de relación, no. Que desde el minuto uno le gusten las mismas cosas que a mí, que piense lo mismo que yo sobre los mismos temas y que adivine lo que voy a decir antes incluso de que me atreva a pensarlo. Estar hechos el uno para el otro, otra mamonada. Y no será que una relación precisamente consiste en eso, en hacerse el uno para el otro. Es que si no, discutimos. Y claro, si discutimos, eso es que no es mi media naranja, entramos en crisis, me agobio de estar siempre a la greña y al final por no discutir más, nos damos un tiempo.

La culpa la tiene Larra. Por hacernos creer en cosas que nos encantaría que fuesen ciertas. Cosas que, aún a sabiendas de lo falsas que son, preferimos creer que tienen que ser así. Yo mismo lo he hecho y aún a veces me descubro haciéndolo. Y me intento corregir.

Basta ya de decirnos que las relaciones se fabrican solas. Basta ya de decirnos que la felicidad no es algo que uno tenga que trabajarse. Basta ya de confundir calentamiento genital con compañía de vida. Basta ya de asociar lealtad a fidelidad. Basta ya de huir de la discusión como si no se pudiese aprender nada de ella. Basta ya de creer que repasar en voz alta la agenda es comunicarse de verdad. Basta ya de imponernos las reglas conyugales, como si todos tuviésemos que ser felices del mismo modo y haciendo las mismas cosas. Basta ya de creer que todas las parejas, para ser felices, tienen que ser parejas. Y sobre todo, basta ya de identificar el fin de una relación con un fracaso.

Si lo que tiene final fuese por definición un fracaso, todo en esta vida, empezando por la vida misma y acabando por este artículo, estaría destinado a fracasar. Oh, wait.