Dos miradas

La culpa

Mientras haya hambre habrá injusticia y, por lo tanto, culpa

EMMA RIVEROLA

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Colgados de la valla de Melilla, varios desesperados trataban de alcanzar su sueño. Uno de ellos, Dany, fue golpeado por la Guardia Civil hasta quedar inconsciente y fue expulsado, de nuevo, al infierno. Después de la paliza, su rastro ha desaparecido, perdido en una espiral de nada. Sobre los cuerpos maltratados de los más débiles llueven todos los palos de un Occidente apuntalado en las fronteras. Esos lugares que bloquean el paso a las personas al tiempo que lo franquean al gas o a las materias primas de las tierras cuyos habitantes despreciamos.

Es difícil encontrar nuevas palabras para denunciar un crimen tan viejo como cotidiano. Día tras día, hombres, mujeres y niños se agolpan frente al escaparate de Occidente dispuestos a arriesgar su vida por alcanzar algo, simplemente algo. Una tragedia que ya solo reclama nuestra atención cuando el dolor es tan intenso que nos hace sentir una leve punzada en la conciencia. Pero mientras haya hambre habrá injusticia y, por lo tanto, culpa. Una culpa que viene de antiguo. Las páginas de la historia están manchadas de la sangre de la esclavitud, de la ignorancia perpetuada para salvaguardar el poder de unos pocos, de la corrupción alentada para defender los intereses del primer mundo, fundamentalmente de sus élites económicas, pero no solo de ellas. Y nosotros, en tanto que perpetuamos esa injusticia de muerte, nos convertimos en dignos herederos de la culpa.