Dos miradas

La cueva

'Bèsties' es un espectáculo fascinante, tormentoso y amable al mismo tiempo

JOSEP MARIA FONALLERAS

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John Berger escribió hace años que los primeros pintores, en las cuevas oscuras, en los orígenes inciertos de la humanidad, se concentraban en ser unos intérpretes del mensaje que la misma piedra desprendía con unas formas abruptas. Ellos recogían aquel testigo telúrico y lo convertían en dibujo sobre la pared que transpiraba. Cuando te enfrentas a un espectáculo como Bèsties (a partir del 11 de diciembre, en el Mercat de les Flors) es inevitable pensar en ello. La carpa del Baró d'Evel, esta compañía en la que hay payasos memorables, acrobacias delicadas, música y caballos y cuervos y periquitos que tienen nombre, como Bonito, Blanche o Midinette, animales que son humanos y humanos que se hermanan con el reino animal, esta carpa, pues, se transforma en la cueva donde exploramos aquellas primeros pasos y donde, cautivados por el vacío de la existencia, por la necesidad de andar, perdidos en un mundo extraño, buscamos el juego, el escondite, la ceremonia que nos junta o el grito de la desesperación.

Es un espectáculo fascinante, tormentoso y amable al mismo tiempo, donde te puedes dejar seducir por el movimiento y la quietud de los cuerpos, o te puedes preguntar qué somos, hacia dónde vamos -la troupe circense y nosotros mismos- espectadores de la maravilla y a la vez protagonistas de un viaje que deja una punzada de dolor y serenidad. Todo al mismo tiempo. «No se acaba nunca, esta historia», dice uno de los payasos. No se la pierdan, por nada del mundo.