Pequeño observatorio

Cuesta respetar el tiempo

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Podría ser una escena de película. Un gángster se acerca a alguien y le dice: «Has hablado demasiado, chico». Saca una pistola y lo mata.

En nuestro mundo, no es previsible que en un coloquio cultural, político o informativo, llegue el momento en el que alguien se levante y diga a alguno de los participantes: «Ya has hablado bastante, muchacho. Siéntate y calla».

Yo he estado en algunos actos donde el presentador, el ponente o quien sea de los participantes toma el micrófono y, en ese mismo momento, se produce un fenómeno inevitable: olvida que el tiempo pasa. Los oyentes, no. Hay que ser muy seductor o saber encadenar informaciones muy interesantes, para mantener el interés de los oyentes en un acto público. Desconfíe de la persona que, una vez ha tomado la palabra, anuncia: «Seré breve». Hay admirables excepciones, pero parece que la humanidad se divide en dos bandos: el de quienes, si les acercan un micrófono, mascullan tres o cuatro palabras, un poco confusamente, y los que parecen pensar, cuando cogen el micro, «no te escaparás». Mi experiencia me dice que, al participar en un acto, sorprende mucho a los organizadores que se les pregunte: «¿Cuántos minutos tengo que hablar». La respuesta habitual: «¡Los que quieras!» ¡No, los que quieras no! ¿Tres minutos, cinco, diez?». La limitación tiene la ventaja de que te obliga a hablar de los puntos básicos del tema y te impide divagar, repetirte y no caer en el error de anunciar: «Y termino diciendo...» Poquísimas veces, cuando he escuchado este aviso, el orador ha terminado «ahora» o pronto. Y es una lástima que a veces no se tenga, mentalmente, el control del tiempo, porque se pueden haber dicho cosas realmente interesantes que quedan sepultadas por el exceso de palabras. Recuerdo que en la universidad entraba el bedel en el aula y avisaba: «Señor profesor, es la hora». En conferencias y coloquios el aviso de «ya basta» sería, al parecer, una terrible impertinencia.