Un cuento de Navidad europeo

Isabel Coixet relata un viaje navideño al Death Valley estadounidense. Allí se ve instada por una misteriosa dama a reflexionar sobre Europa.

ISABEL COIXET

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Odio la Navidad .Siento debilidad por los desiertos, así que en un viaje a Estados Unidos por estas fechas tan entrañables como cargantes, el primer sitio que quise visitar fue el desierto de Death Valley (el Valle de la Muerte), donde creí que me libraría de oír 300 veces al día a Mariah Carey mentir sobre que lo único que quiere por Navidad es un abrazo de su amado cuando todos sabemos que esa mujer no te da un piquito a menos que saques la American Express de titanio. Despues de cruzar Las Vegas,que me hizo pensar en los cuadros de El Bosco, solo que en el infierno al menos no se ponen camisas hawaianas , como alma que lleva el diablo, enfilé una carretera vacía que cruzaba millas y millas de un páramo gris plomo cubierto de una claridad lechosa y cegadora.

El único signo que me hacía pensar que no era la última superviviente de un desastre nuclear era un cartel que se repetía cada aproximadamente veinte millas y que decía Club Europa. Gas. Food and fun. Como no sabía cuándo iba a encontrar otro lugar para comer y todo lo que llevaba era un chocolatina que empezaba a deshacerse porque no conseguí descifrar dónde estaba el botón que accionaba el aire acondicionado del reumático coche alquilado, decidí acercarme al Club Europa. Recorrí el equivalente a unos 200 kilómetros , sin cruzarme más que con un par de coches más, y vi por fin un desvío por un camino sin asfaltar que se confundía con el desierto y que me llevó a una especie de hangar de aspecto destartalado con un neón verde que no acababa de encenderse del todo donde decía Welcome to Europa. Entré. El interior estaba bastante oscuro. «Hello, ¿hay alguien ahí?». pregunté. De las profundidades del salón salió una mujer muy rubia de unos 70 años,quizá mas, vestida con un frac masculino, que me preguntó a bocajarro si me gustaba Marlene Dietrich. «Sí , claro que sí», acerté a decir. «A quién no?» Sin mediar ninguna otra palabra, encendió una máquina de discos y se puso a hacer el playback de Lili Marlene, con toda clase de gestos que recordaban vagamente a Marlene Dietrich. A medida que la canción avanzaba, la mujer empezó a encender las luces del establecimiento y vi que era un auténtico club con un escenario en cuyas paredes alguien había pintado con vivos colores a un numeroso público aplaudiendo con colores vivos, pero que ya empezaban a agonizar. Al terminar la canción aplaudí, temiendo haber caído en manos de una psicópata que me rebanaría la garganta, si me atrevía a decirle que Marlene Dietrich no es precisamente uno de mis mitos favoritos. Pero resultó ser una anciana bastante inofensiva , nacida en Dallas, aunque sus padres eran de origen alemán, que tras quedar viuda de un constructor de piscinas, decidió viajar por el mundo y cumplir su sueño, que era cantar y vestirse como Dietrich, aunque para ello había tenido que comprar su propio escenario y pintar a un público imaginario. Respecto a viajar, lo cierto es que Death Valley era el único lugar al que había llegado. Todo su conocimiento de Europa venía de las películas de Marlene, sus padres nunca le habían hablado de su vida antes de llegar del continente.Me preguntó si tenía hambre y me ofreció un bocadillo de queso caliente y una cerveza no menos caliente y mientras yo lo devoraba, me preguntó: «Y usted, que viene de allí, dígame: ¿cómo es Europa?

A duras penas pude decirle a aquella mujer de frac: «Oh, no sé, es , buenom es bonita y... muy diversa, ¿sabe? Hay muchos países y aunque todos son Europa cada uno tambien es cada uno... sé las cosas que amo de Europa y las cosas que destesto…» Ella siguió insistiendo, no satisfecha con mis balbuceos. Y después de muchos intentos infructuosos, lo confieso, me sentí absolutamente incapaz de verbalizar la esencia de la europeidad. La Europa que amo , le dije , es la Europa de Rosa Luxemburg y de Walter Benjamin, la de Marguerite Duras Marguerite Yourcenar, la de Virginia Wolf, la Europa transparente como la escritura de Italo Calvino (desde luego, no la Europa de Calvino), La Europa de Jules et Jim , donde los sentimientos y las pasiones ,incluso los que duelen nunca hacen que las personas se pierdan el respeto, La Europa irónica de Josep Pla, de Kundera y de Boumil Hrabal,de Pascal Bruckner. La de Vaclav Havel . De Malraux, De Patrick Modiano, que me hace sentir una inmensa nostalgia de su nostalgia , la Europa de Fassbinder, de Bertolucci,de Theo Angelopoulos.

La Europa que anida en el turbante de Simone de Beauvoir, en los sombreros de Karen Blixen, en los ojos negros de Juliette Binoche. la Europa de las fotos de Cartier Bresson, de los colores chillones de Martin Parr, de los magníficos grises de Jan Saudek, de los personajes perdidos de Aki Kurismaki, la Europa que acoje, que comprende, que escucha, la Europa del camionero finlandés que oye canciones de flamenco, la del camionero español que escucha las variaciones Goldberg mientras lleva naranjas a Italia, donde en una autopista se cruza con mi amado John Berger que va en su moto a Ginebra a visitar la tumba de Borges, un europeo nacido por error en Argentina. La Europa de los muros de color naranja de Roma, de los muros de color de rosa de Salamanca , de los muros llenos de deseos por cumplir del cementerio judío de Praga.

La Europa melancólica y salvaje y tierna que late en algunas canciones de Benjamin Biolay, de Morrisey, de Paolo Conte, de Bjork.

La Europa de las terrazas de Las Ramblas de Barcelona, de las librerías que no son una franquicia, de los cafés que no son franquicia, de las panaderías donde uno tiene la certeza de que lo que compra es pan y no cemento enharinado, la Europa que se resiste a ser homogeneizada, pasteurizada y mangoneada. La Europa de los que intentan convencer con la fuerza de los argumentos, nunca con los argumentos de la fuerza. La Europa de los que están apegados a una tierra y a unos paisajes pero que nunca derramarían una sola gota de sangre, que tan solo se echarían a reír, si alguien, algún niño estúpido, dijera: «Mis paisajes y mis tierras son mejores que los tuyos».

La Europa que sabe conservar todas sus diferencias con un cierto orgullo ( que no con soberbia), que defiende la tolerancia y que desprecia la mezquindad , la estupidez y la ignorancia.

La Europa cuyos valores tienen que ver con el ser humano,con el real, con su debilidad y con su fuerza y no con una visión estrecha,dogmática, apocalíptica, conservadora y aburrida de este. La Europa sin estereotipos donde existen franceses amables, españoles discretos, italianos de fiar, ingleses que cocinan bien, alemanes divertidos, suecos ardientes, catalanes generosos, suizos alocados...

Esta y muchas más son las Europas que amo. Cierro los ojos y pretendo que las que detesto han desaparecido. Soñar es gratis…

Lotte, que así se llama la mujer del frac, me saca de mi ensoñación y me dice: «La hermana de mi madre estuvo casada con un famoso escritor europeo, ¿sabe? Hasta hicieron películas de sus novelas. No conocí a mi tía, murió con él en Brasil en 1942».

«Quien fue?», le digo.

«Stefan Zweig».