La rueda

¿Cuánto vale una vida?

Selectos productos de lujo, mercancía al por mayor o saldos que nadie quiere. Así nos catalogan los mercaderes del gran bazar del mundo

EMMA RIVEROLA

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Todo, dice el que lo tiene todo. Todo, dice el que no tiene nada. Lo que vale mi esperanza, responde el que aún tiene fuerzas para resistir. Nada, se lamenta el que se quedó sin ánimo. Mi vida vale lo impagable, reconoce el enfermo de hepatitis C. El precio de mi codicia, le corrige la compañía farmacéutica. Exactamente 150.000 dinares si tienes menos de 20 años y estás a punto de ser vendida como esclava. 100.000 dinares si eres algo mayor, según establecen las normas del Estado Islámico. O 200.000 si eres un bebé… ¿Alguien da más?

«La vida no vale nada, si escucho el grito mortal y no es capaz de tocar mi corazón que se apaga», canta Pablo Milanés. Tu vida solo vale lo que mi voluntad decida, grita el agresor. Perdí el valor de mi vida, siente la víctima. Tu vida son unos dígitos que el político utilizará para alardear de sus logros o esconderá si la realidad no obedece a su discurso. El precio de un sicario. La indemnización de una aseguradora. La suma de los recortes.

¿Cuánto vale mi vida?, se pregunta el secuestrado mientras se descuenta al calcular los días robados. Lo que dure mi gloria, responde el verdugo que se crece sumando los clics de su último vídeo. Mi vida valdrá algo si consigo saltar esa valla. Si supero esa frontera. Si alcanzo aquella playa… Si no me alcanzan.

Selectos productos de lujo, mercancía al por mayor o saldos que nadie quiere. Así nos catalogan los mercaderes del gran bazar del mundo. Todos señalados con etiquetas, temiendo el momento de las rebajas definitivas. Como siempre, se equivocan. Porque nuestra vida vale todo lo que no tiene precio. La memoria almacenada en los ojos. Los recuerdos de la piel. Todas las palabras aprendidas. Todas las pronunciadas y las calladas. Valemos todas las emociones que hemos atesorado. Todo lo sentido. Exactamente, el vacío de nuestra ausencia.