La clave

¿Cuándo se jodió Europa?

JOAN MANUEL PERDIGÓ

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Pasó la pesadilla y amaneció un nuevo día. La Europa que bordeaba el abismo en Bruselas despertó con un acuerdo unánime bajo la chistera. Cuatro folios recogían lo que para algunos es el documento de rendición más humillante desde que Alemania firmó la paz de Versalles en 1919, mientras que para otros no es más que la constatación de una realidad a la que había que enfrentarse y que se había deteriorado en los últimas meses por culpa de los defensores de las quimeras. No hay más. Eso o la salida de Grecia del euro, de consecuencias imprevisibles para todos, pero con una certeza inmediata: los griegos despertarían sin un euro que llevarse del cajero y al albur de la solidaridad humanitaria.

Tiempo habrá para sopesar las consecuencias, pero ahora queda una sensación de tristeza, de que algo se ha roto en este proyecto frágil y en construcción que es la unidad europea. No, seguro esto no era lo que esperaban Schuman, Monet, De Gasperi Adenauer cuando imaginaron el Tratado de Roma del 57. Tampoco lo debieron ver así Delors, Kohl, Mitterrand, y tantos otros cuando llegaron a la etapa funcional de la UE en Maastrich- 92, ni cuando 10 años después, más mal que bien, se ponía en circulación el euro. Una señal a los mercados y una declaración política de que no había marcha atrás.

Como diría Vargas Llosa, ¿en qué momento se jodió Europa? ¿En qué momento un socio se convirtió en pesadilla, en un adversario, en un lastre? ¿Cuándo dejó de ser útil la Grecia que nos valía como tapón geoestratégico ante Rusia y a la que le hemos pagado todas las fiestas (a civiles y militares) conscientes de que su secular debilidad como Estado hacía imposible que cumpliera con lo que ahora son obligaciones? A la Grecia que ayudamos a hacer trampas contables -¿verdad Mario Draghi?- para tenerla entre nosotros.

De público a privado

Unas trampas que hoy les obligan a poner el país en manos de sus acreedores, que somos los demás. No nos lo preguntaron, pero es así. Somos todos al convertirse la deuda privada en pública. Habrá acuerdo, pero ya nada será igual. Hemos perdido un socio y hemos ganado un siervo. Y esa, digan lo que digan, no es la Europa que imaginamos.