Cruyff, el despertar de la fuerza

MARC PÉREZ-SERRA

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Sin más preámbulos futbolísticos que tratar, la estela que Johan Cruyff deja en este país está a la altura, al menos, de algo más que un futbolista. O de un futbolista que es capaz de hacer evolucionar un deporte, de transformar un club que es más que un club, y de mostrarle a una sociedad derrotada, que se puede vencer. Así, sin más. He ahí la trascendencia del personaje.

Llegado a Catalunya en las postrimerías de la dictadura, el holandés simbolizó el primer “ Yes, we can” de la Catalunya pre-democrática.

Antes de que lo hiciera una clase política que se organizaba en la clandestinidad, Johan hizo dos guiños a un pueblo reprimido que creía, entre otras cosas, que no se podía ir al Bernabéu y ganar al equipo del régimen totalitario por cinco goles a cero. Ahí es nada. Porqué sí. O mejor dicho, ¿Porqué no? Una generación entera de catalanes quedó estupefacta. La mayor hazaña política perpetrada por Catalunya en cuarenta años y ejecutada en Madrid. Alguien venido de lejos lo tenía que hacer.Y quizás, no podía ser de otro modo. Alguien que no entendía de derrotas atávicas, ni se sabía vencido antes de librar batalla.

Casi al mismo tiempo, y con el nacimiento de su hijo, simbolizó su segunda azaña. Decidió registrarlo con el nombre de Jordi. Porqué sí. O más bien porqué así lo habían decidido él y la madre del niño.Tal gesto puso en evidencia no solo la estupidez de un régimen represor y con ínfulas genocidas para con la cultura en general y con la catalana en particular, sinó que también, y de paso, dejaba en fuera de juego a una sociedad catalana timorata y arrodillada. Se podía hacer.

Pero fue a partir de la etapa como entrenador cuando Cruyff desplegó toda su personalidad y fuerza para arrastrar y llevar a un club con alma perdedora, y no olvidemos que el Barça es un espejo que refleja a buena parte de la sociedad catalana, hasta convertirlo en un club que se reconoce en la victoria, con un sistema de juego reconocible, fiable y desacomplejadamente victorioso.

Él y luego su discípulo aventajado, Pep Guardiola, hicieron lo que no ha llegado hacer ningún otro actor político de este país. Hacer creer a un pueblo que se puede ir hasta donde se proponga llegar. Y por sus propios medios.Hasta el punto de no entenderse todo el proceso sobiranista de estos últimos años sin las victorias del Barça de Guardiola. Que han ido al unísono en tiempo e intensidad.

El Barça de hoy vence con absoluta desfachatez, sin pedir permiso a nadie, ni aún menos pedir perdón, ni siquiera a un palco del Bernabéu, aún hoy, representado por las fuerzas retro de un Estado en permanente estado de connivenciacon la entidad madrileña, que siguen actuando desde las cloacas para intentar desestabilizar a un club que nunca fue solo deportivo, alineado con el catalanismo,y que fue fundado por un suïzo y refundado por un holandés.

Este es el legado del futbolista Johan Cruyff.