La autoestima de Pedro

Que Pedro Sánchez se aferre al sillón puede explicarse, creo, cuando el amor a uno mismo es superior al respeto por aquellos a los que representa

Pedro Sánchez y César Luena, este lunes, en la reunión de la ejecutiva del PSOE.

Pedro Sánchez y César Luena, este lunes, en la reunión de la ejecutiva del PSOE. / periodico

CRISTINA PARDO

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Pedro Sánchez se quiere mucho. Mucho más que los votantes y los compañeros. Horas después de sufrir otras dos derrotas en las urnas, ha planteado la 'convocatoria exprés' de un congreso para seguir al frente del PSOE y volver a ser candidato. Me parece incomprensible. ¿A dónde quiere ir? ¿Qué tiene que pasar para que asuma que su liderazgo no funciona? ¿Por qué se aferra al sillón? ¿De qué tamaño tendría que ser el próximo agujero electoral?¿Cómo es posible que no le asalten las dudas ante la situación convulsa del partido? Sánchez confía en el apoyo de los militantes, pero resulta chocante que casi nadie asuma responsabilidades después de un desastre electoral; incluso después de varios. Únicamente puede explicarse, creo, cuando el amor a uno mismo es superior al respeto por aquellos a los que representa. Y eso incluye a los candidatos autonómicos, que siguen ahí como si vinieran solo de una mala noche.

Sánchez pensó que su estoica resistencia a la presión, su "no es no", tendría claro reflejo en las urnas, pero no ha sido así. Entonces, ¿qué es exactamente lo que quiere hacer? ¿Le da igual liderar un partido en el que le cuestionan continuamente? Y aún peor: ¿por qué tendrían que confiar en él los españoles si tantos en la dirección del PSOE no le quieren? La situación es estupefaciente, sobre todo si le añadimos que los críticos tampoco terminan de plantear una alternativa clara. Todos intuimos a Susana Díaz dirigiéndose a Despeñaperros, pero deberían aclarar si tienen un plan b, por si de repente se salen con la suya.

LA SUERTE DE RAJOY

Las elecciones vascas y gallegas nos dejan otra estampa curiosa, que tampoco ayuda al líder socialista: Rajoy, sin despeinarse, asiste al derrumbe de Sánchez y al agotamiento de la ilusión en torno a Iglesias. Da igual cuántos vendavales le azoten en forma de escándalos de corrupción o cuántos juicios le coincidan con las urnas. Rajoy siempre emerge con la chaqueta como recién planchada. Le sonríe la suerte. Los resultados en Euskadi no han sido buenos. El PP aspiraba a “aguantar el tirón” y creen que lo han logrado. Pero, en todo caso, el triunfo de Feijóo ha sido tan apabullante, que tapa lo otro.

A Rajoy le ha faltado tiempo para apropiarse de la victoria y ahora, el gallego emerge claramente como sucesor. En el PP están aliviados. Vamos a decirlo todo: a Feijóo le respetan y le quieren; a Sáenz de Santamaría la respetan. Es decir, que mientras el PSOE se desangra y Podemos se debate entre Coldplay y Springsteen, Rajoy tiene el partido controlado y un recambio, por si se siguen celebrando elecciones y es necesario un revulsivo para desbloquear el país. Tan ancho está el PP, que ha celebrado la crisis de Ferraz colgando en Twitter dibujos de palomitas. La mofa tiene su gracia, pero España sigue sin gobierno y, pasada la borrachera electoral, pocos están a salvo del desprestigio. Algo tiene que pasar en algún sitio. Aunque es muy evidente, nadie lo ha dicho mejor que Groucho Marx: "Un hombre siempre tiene los pies en el suelo...hasta que le cuelguen". Conviene no olvidarlo nunca.