LA CLAVE

Crisis de Estado

El soberanismo afronta el dilema de si apuesta o no por la ruptura, mientras Rajoy encara el mayor desafío desde la restauración democrática

ENRIC HERNÀNDEZ

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Esta no es una historia de buenos y malos, ni de demócratas frente a autoritarios. Más allá de las formas empleadas y de las motivaciones que ocultan, Artur MasMariano Rajoy tienen poderosas razones para obrar como lo hacen. Blande el 'president' de la Generalitat la mayoría del Parlament favorable a la consulta, y una soberanía catalana que no es ningún invento, pues solo los catalanes, y no el conjunto de los españoles, fueron llamados a las urnas para refrendar en las urnas los dos estatutos paccionados por sus legítimos representantes. Y esgrime el presidente español, junto a la contundente mayoría del Congreso contraria al 9-N, la supremacía de la Constitución, que consagra la indivisibilidad de la soberanía nacional. A ambos les asisten poderosas razones políticas y democráticas. Pero, teniendo ambos parte de razón, la pierden con su cerrazón.

Los catalanes proclives a la independencia, vistas las últimas 'diades' y las encuestas, se cuentan por millones; los partidarios de resolver el conflicto mediante una consulta los duplican en número. Pero ni la secesión ni el plebiscito son plausibles sin violentar el marco constitucional, por las malas; o sin reformarlo o interpretarlo con flexibilidad, por las buenas. He aquí el callejón sin salida: sin una mayoría en las Cortes que se avenga a esa reforma, al independentismo solo le queda la baza de la ruptura, exponiéndose a quebrar la convivencia catalana y al ridículo mundial en el probable caso de que una escisión unilateral careciera de reconocimiento alguno.

Pero, siendo grave el dilema que afronta el soberanismo, no es menor el desafío que encara Rajoy: la mayor crisis de Estado desde la restauración democrática.

La desconexión emocional

De los estadistas se espera, cuando el futuro de la nación está en juego, altura de miras en vez de bajeza electoralista. La desconexión emocional con la actual España no es una anomalía catalana: aquí iza 'estelades', fuera suma votos antisistema. La fuerza de la ley puede derogar decretos o derrocar presidentes, no alterar sentimientos. Solo un nuevo estado, más democrático, honesto y felizmente plurinacional, podría hacerlo.