Editorial
El corralito griego
Al resto de europeos nos llegará también la onda expansiva de un seísmo que pone al euro en una vía incierta
La existencia de un corralito en uno de los países de la UE es la plasmación de que el proyecto europeo ha entrado en una fase crítica cuya salida no se augura ni fácil ni indolora. Los primeros damnificados son desde luego los griegos, pero también al resto de ciudadanos europeos nos llegará de una u otra forma la onda expansiva de este terremoto que pone al euro en una vía incierta. La caída, ayer, de las bolsas europeas y el aumento de la prima de riesgo son las primeras manifestaciones de la incertidumbre. Es verdad que hoy expira el plazo para negociar un nuevo rescate y que también vence el pago al FMI de los 1.600 millones que Grecia debe -y que no tiene- y que se podría reabrir el diálogo in extremis, pero la ruptura de las negociaciones y, sobre todo, la decisión del Gobierno griego de convocar un referéndum pone esta hipótesis en una vía muerta.
La imagen de las largas colas de ciudadanos delante de los cajeros automáticos había sido -con la reciente excepción de Chipre- propia de los países latinoamericanos, de Argentina en particular, pero una gran diferencia separa ambas situaciones. Aquellos países podían mantener estrechas relaciones comerciales, pero gozaban de plena soberanía económica. Cada uno tenía su moneda y podía fijar sus propios límites macroeconómicos. En el caso de Grecia, el país forma parte, junto con otros 27, de una unión económica y comparte con 18 de ellos una moneda. Por eso desde Bruselas y desde otras capitales el mensaje que ayer se enviaba a los griegos cara al referéndum del domingo era el de ponerlos ante la disyuntiva de o euro o retorno al dracma. Si esta fuera la decisión, el proyecto europeo quedaría tocado, y no solo por la actitud de Atenas. En esta larga y hasta ahora infructuosa negociación, el cortoplacismo ha sido común.
La apuesta de Alexis Tsipras por la consulta es una salida hacia adelante cuyo resultado no tiene asegurado. La aceptación por parte de Atenas de los términos que el viernes estaban sobre la mesa hubiera supuesto la pérdida de confianza de los votantes que llevaron a Syriza al poder, pero un resultado afirmativo en el referéndum también se traducirá en desconfianza hacia el Gobierno. Y no debe de estar muy seguro Tsipras de mantener este apoyo cuando, burdamente, en la papeleta de voto el no aparece en lugar destacado por encima del sí.
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