Al contrataque

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RISTO MEJIDE

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Escucho abochornado el discurso del presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, un tipo inteligente y afable con el que en su día compartí una acalorada charla sobre piratería y que acabó como suelen acabar estas discusiones, cambiando de tema. El presidente de la academia de cine me confesó que no usaba ordenador, algo que en pleno cuarto lustro del siglo XXI suena tan coherente como un entrenador personal orgulloso de su sobrepeso, un dentista con los dientes amarillos o un adolescente sin Snapchat.

Pienso que siguen sin entender nada, porque siguen sin atacar a las fuentes del conflicto. Pienso que se equivocan y mucho al equiparar al usuario final con un delincuente, por mucho que les ampare la ley. También en la Gran Bretaña del XVIII fue aprobado el Acta de la Ginebra, prohibiendo cualquier consumo de un destilado que se estaba cargando el país, y solo sirvió para aumentar su interés, y por tanto, su contrabando. La diferencia es que aquella ley fue derogada tras solo seis años de aplicación, en cuanto se dieron cuenta de que el consumo excesivo se debía a la depresión de sus habitantes por la insalubre vida que se había instalado en las grandes ciudades. Había que atacar la fuente del problema, no al usuario final. Sin embargo, aquí aún seguimos con la misma cantinela. Si pirateamos leyes, al menos que sea hasta el final.

La solución, -no la digo yo, la gritan desde hace años los expertos-, consiste en juntar ventanas de exposición legal. La experiencia de la industria de la música ha demostrado que se puede hacer negocio en cuanto se trabaja a favor del consumidor, y no en su contra. Facilitándole el consumo legal de los contenidos desde el momento en que se estrenan. Ajustando de una vez los precios a la realidad de la distribución digital. Y cuando se pueda, dándole una razón extra para pagar más.

EL EPISODIO DE LOS TITIRITEROS

Y hablando de pagarla. Esta misma semana asistimos al no menos bochornoso episodio de los titiriteros procesados por «colaboración en enaltecimiento del terrorismo» en Madrid. Otro trabajo a medias que nos dejó la Transición. Una separación de poderes que se quedó corta, pues no debería haber sido entre tres, sino entre cuatro: ejecutivo, legislativo, judicial… y cultural. Independencia para la cultura y los creadores. Un espejo no depende de tus subvenciones para devolverte la imagen. Pues lo mismo ocurre con este espejo -a veces cóncavo, otras convexo- de nuestra sociedad al que llamamos cultura.

Por cierto, que Resines me debe una comida. Y yo se la debo a Pdro Snchz. Podrían quedar entre ellos y así cancelarse ambas deudas, uno a cuenta de un sueño del que solo algunos ya despertamos, el otro a cuenta de la pesadilla que está siendo poder llegar a gobernar.