Una nueva fuerza política en el tablero español

¿Contra lo existente?

Quizá el camino que lleva Podemos es ser la enésima recuperación del 98 español alérgica a la diversidad

TONI MOLLÀ

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La irrupción del fenómeno Podemos trae de cabeza a los analistas políticos. No es para menos porque su empuje cuestiona, al menos en teoría, las vigas maestras sobres las que se edificó la España posfranquista. El impacto de algunos de sus dirigentes en horario estelar de La Sexta ha llevado a las otras cadenas a modificar esta franja de programación. Las elecciones europeas legitimaron a Podemos como fuerza emergente en un entorno político de déja vu permanente, realimentando su presencia mediática e impulsando su estructuración como partido clásico. Desde entonces, las encuestas les confirman como alternativa de gobierno. La reciente marcha de Madrid completa un círculo virtuoso de expansión que asusta, dada su caracterización como catch all party, a buena parte del espectro político español.

El discurso de regeneración radical, tanto política como moral, de Podemos ha cuajado entre los estratos sociales descontentos con la gestión política. El bipartidismo y la denuncia de sus oligarquías son las armas arrojadizas sobre las que se ha construido, por decirlo como George Lakoff, un nuevo marco conceptual, «estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo». Lenguaje, estética discursiva y constelación de valores alternativos (?) son los mimbres con los que su inteliguentsia ha establecido una agenda que apunta hacia las elecciones generales como esperanzadora meta de miles de ciudadanos adscritos a lo que alguien bautizó como la izquierda volátil. Una estrategia de crecimiento adecuada a la sociedad de la información y más o menos posmoderna en la que vivimos, tan necesitada de categorías para expresar la decepción acumulada. La castaes su ariete terminológico más arrojadizo. Un concepto poco innovador, muy del agrado del viejo Américo Castro, que sintetizaba la más vieja «rebelión sentimental de les masas» de Ortega y Gasset, otra enseña del regeneracionismo español. Una estrategia que recuerda la campaña de Obama, iniciada con la denuncia del establishment representado por Hillary Clinton, que contó hasta con la Fox y Murdoch, y cuyo éxito se plasmó en el mantra de la obamanía: «Got hope? Obama'08 Yes, we can».

Bien mirado, la fórmula no es nueva ni siquiera entre nosotros. «Los que me conocen saben que yo no tengo nada de político en la acepción vulgar de la palabra. Soy un propagandista, un modesto sembrador de rebeldías contra lo existente, un enamorado de la revolución, no de la que ha de detenerse en la república, sino de la que irá más allá, indefinidamente, hasta conseguir que el hombre sea libre de veras y posea el bienestar a que tiene derecho». Son palabras pronunciadas por Blasco Ibáñez en su renuncia al acta de las Cortes Generales que me vienen sistemáticamente a la mente ante el discurso de Podemos. «¡Contra lo existente!», un viejo recurso que, como sugiere George Lakoff en Moral Politics: How Liberals and Conservatives Think aporta conexión sentimental con el enojo generalizado y por tanto alberga grandes posibilidades de éxito. «En unos momentos en que España se encuentra sin pulso, el republicanismo reaparece como un regeneracionismo desde abajo. Los lugares comunes del ideario republicano (fe en el progreso, defensa de las libertades, laicismo, reformismo social) son acuñados en el troquel del sentimiento popular y voceados con su lenguaje», dice Ramir Reig, el mejor estudioso de Blasco. Variedades, en fin, del «contragolpe populista» que reclamaba en el 2007 Paul Krugman para revertir el aumento de la desigualdad social en EEUU.

El dilema de Podemos se centra en aquellas comunidades con contravalores alternativos a este populismo difuso injertado de regeneracionismo del 98 español y encarnado, precisamente, en la generación política que Iglesias cuestiona retóricamente. «¿Sabes lo que dicen del nuevo Gobierno español en Estados Unidos?», escribió en 1982 Juan Luis Cebrián dirigiéndose a Felipe González, «pues que somos un grupo de jóvenes nacionalistas. Y no les falta verdad. Creo que es necesaria la recuperación del sentimiento nacional, de las señas de identidad del español...». Y ese quizá es el camino que lleva Podemos, convertirse en la enésima recuperación de una idea de España noventayochista arraigada en una estructura social y mediática alérgica a la diversidad. Euskadi y Catalunya -dos sociedades civiles antes que naciones políticas- presentan tejidos socioculturales (incluidos espacios mediáticos propios) que matizarán, y no poco, la penetración de aquel mensaje. Un camino, por otra parte, que puede llevar a Iglesias, su mesías laico, a encarnar, como aseguraba David Fernández con perspicacia, en la última encarnación del Godotde Samuel Beckett.