Los jueves, economía

Conteniendo la respiración

El 'Brexit' no es un problema estrictamente británico, sino que refleja un profundo pesimismo europeo

ilustracion de leonard  beard

ilustracion de leonard beard / periodico

JOSEP OLIVER ALONSO

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El Brexit Brexitse acerca, el grueso de las encuestas apuntan a favor del abandono de la Unión Europea y el nerviosismo provoca estampidas hacia la seguridad de los bonos y caídas de la libra esterlina y la bolsa. Hasta hoy, pues, una mayoría de británicos no se sienten amenazados por los pretendidos peligros económicos de la salida. Ello ha obligado a elevar las apuestas: David Cameron habla ya sin tapujos de problemas en pensiones si gana el Brexit y George Osborne avisa de que la salida provocaría un agujero presupuestario de 30.000 millones de libras, lo que obligaría a subir impuestos y reducir el gasto sanitario y educativo.

Este horizonte apocalíptico parece ser poco bagaje para convencer a un electorado mucho más preocupado por la inmigración, ¡y el choque psicológico que produce la pesadilla de 500 millones de europeos que pudieran libremente trasladarse a las islas Británicas! Añadan la convicción, en parte de las bases de la izquierda, de que la consulta responde a intereses del Partido Conservador, amenazado por su derecha por el UKIP de Nigel Farage, y tendrán algunas de las claves de por dónde van los sondeos. Porque, en el frente político, las cosméticas reformas que Cameron arrancó de Angela Merkel François Hollande parecen escaso bagaje para convencer a buena parte del electorado británico, y quizá por ello Gordon Brown ha entrado en liza intentando inclinar la balanza a favor de permanecer en la UE. En esta tesitura, los anti-Brexit han puesto una vela a santa Rita, rogando para que la UE haga una propuesta de última hora que limite los movimientos de personas en la Unión. ¿Vana esperanza?

Por ello no ha de extrañar que los brexiters hablen ya de plazos de desconexión, tranquilizando un tanto a todos: dados los plazos legales a cumplir, la desconexión efectiva no sería antes del 2019, lo que daría tiempo a negociar la salida de la UE y un nuevo estatus con el resto de la Unión.

PROPUESTAS ANTAGÓNICAS DE LA UE

Todo apunta, pues, a que el Brexit puede ganar. ¿Qué cabe esperar? A muy corto plazo, un choque sobre los mercados. A medio y largo plazo, un aumento de la incertidumbre sobre el futuro de la UE. Ya hoy, el referéndum se traducirá, probablemente, en propuestas similares en Francia y, quizá, en Italia. Si, además, el Brexit acaba triunfando, habrá que ver la respuesta de Holanda, Dinamarca y Suecia, países muy vinculados a la tradición atlantista británica.

En este ambiente, en Bruselas han emergido propuestas antagónicas, reflejo de la impotencia y perplejidad que el Brexit ha generado entre los gobernantes europeos. Jean-Claude Juncker y Mario Draghi están por dar un paso al frente: la solución es más Europa y más gobierno común. Pero Alemania ha puesto el freno a una mayor integración, y Wolfgang Schäuble ya ha avisado del error que sería echar en saco roto unas advertencias que se extienden más allá de Gran Bretaña. Es decir, que amplias capas de la población europea están en contra de profundizar en un proyecto que aparece hoy antidemocrático, antipático y antipopular.

De hecho, las últimas encuestas acerca del sentimiento proeuropeo son decepcionantes. La más reciente, del Pew Research Centre, efectuada en los diez principales países de la UE, muestra que la suma de penurias económicas, problemas con Rusia, crisis de refugiados y terrorismo es un cóctel letal que está deprimiendo el entusiasmo proeuropeo, con un muy elevado 47% de los encuestados con una opinión desfavorable de la UE. Más específicamente, un 83% de los griegos y un 77% de los húngaros consideran que lo mejor sería que cada uno se cuidara de sus propios asuntos. Y opinan igual en Italia un 67% de los encuestados, un 52% en Gran Bretaña, un 51% en Holanda y un 40% en Alemania y España.

UNA AGONÍA DE FINAL IMPREVISIBLE

En suma, el Brexit no es un problema estrictamente británico. Refleja un profundo pesimismo europeo, provocado por la caída del nivel de vida que han acarreado la globalización, el cambio técnico, el envejecimiento y, como piedra final, los ajustes que ha impuesto el euro al sur. De hecho, el euroescepticismo está tan en alza que solo un 19% de los encuestados apuesta por ceder más soberanía a Bruselas.

No hay más cera que la que arde. Y lo que nace mal suele terminar peor. La creación de un euro sobre bases estrictamente políticas (el acuerdo franco-alemán sobre la reunificación germana) ha sido catastrófico para Europa, si más no hasta ahora. El espacio de Schengen, sin una política común de fronteras y un control exterior por encima de los estados, fue otro error de consecuencias colosales. Por ello no esperen que los problemas europeos se resuelvan si el Brexit pierde. Estos últimos años, la historia de la integración europea es la de una larga agonía, cuyo final nadie puede prever. En estas estamos, conteniendo la respiración.