Contar turistas como algarrobas

Aumentan las voces que advierten de que la llegada masiva de visitantes a Catalunya y Barcelona no siempre es una aportación económica positiva

Turistas en las terrazas de la Plaça Reial de Barcelona, el 21 de mayo.

Turistas en las terrazas de la Plaça Reial de Barcelona, el 21 de mayo.

JOSEP-MARIA URETA

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Tres hechos conocidos durante y después de la campaña electoral -y el vuelco que han dado los votantes a las opciones dominantes- han tenido como telón de fondo una de las actividades económicas que en Catalunya se consideran básicas, la recepción de millones de turistas. Primero: los elementos de presión política, sin duda propiciados por la minoría sigilosa tan bien asentada en Barcelona, para que se firme cuanto antes la prórroga del contrato con la empresa privada Mobile World Congress (MWC).

Contrasta con un segundo hecho: los impulsores del Barcelona World en Port Aventura siguen en retirada. Memoria: se trata de dos especuladores profesionales de la época de la burbuja en Valencia (Enrique Bañuelos y Xavier Adserà) que en septiembre del 2012 prometieron al president Mas una inversión de 4.000 millones. Ni rastro, ni del dinero, ni de preocupación institucional, lo contrario de lo sucedido con lo del MWC.

Tercera, una aportación lúcida y meritoria charla del escritor y cineasta galés Ian Sinclair en el CCCB, recogida en una crónica de Olga Merino en este diario el pasado día 16. En su ensayo La ciudad de las desapariciones (Alpha Decay), Sinclair habla de la Londres postolímpica, pero todas y cada una de las reflexiones son aplicables a Barcelona. ¿Qué advierte? Que a veces hay que temer al éxito. Y en las urbes de visitas masivas, el fracaso se ceba en sus residentes.

En economía, para conocer ventajas y amenazas se requieren, ante todo, métodos de medición de capacidad comprobada. Y en turismo todavía hay campo por recorrer. Este es el propósito principal que ha llevado al Col·legi d'Economistes y a la junta que dirige Joan B. Casas a crear una comisión de Economia del Turisme , dirigida por Josep Ros Santasusana, especialista en el sector. Se presentó el miércoles.

¿Sector? ¿Industria? Primera lección: no es ni lo uno ni lo otro. Cuando se alude a la fenómeno del turismo y su impacto en un contexto económico hay que partir de que estamos ante un hecho transversal, afecta a muchos sectores con implicaciones económicas, desde las vinculadas directamente (hosteleria, transporte...) hasta otras más estratégicas como urbanismo, cultura e incluso tecnología.

Así lo describe Salvador Anton Clavé, director del Parc Científic i Tecnològic del Turisme de la URV, un centro especializado que nació en paralelo con el primer proyecto de Port Aventura.

«Es más fácil contar algarrobas que turistas», afirma con humor Anton como muestra de que existe un tipo de estadística consolidada (kilos de producción) pero que no es método trasladable al turismo. Porque «hay muchos turismos, como hay distintas industrias», y su impacto es distinto. El contexto es determinante para saber si un tipo de turismo entra en zona de deseconomia. De ahí la necesidad de disponer de elementos de medición que superen (¡de una vez!, cabe añadir) esa tendencia a presentar cualquier acontecimiento que atrae turistas con la cifra de euros de beneficios que reporta. Casi siempre calculados de manera poco cuidadosa por el propio sector.

Abunda en la advertencia Joan Bóveda (BurgMaster Consultants), que califica al turismo como un sector «exportador y no deslocalizable», intensivo en capital y mano de obra y más tecnología de lo que parece (el low cost ha cambiado todos los modelos de cálculo).

Que no todo es sumar, que los instrumentos de medición han de incorporar las externalidades (gastos que no recaen sobre la propia actividad) tiene una palabra resumen aportada por Patrick Torrent (Agencia Catalana de Turisme): para que el turismo sea rentable para el país, "ha de ser sostenible". Y eso está por medir.

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