Consumismo en vena

FRANCISCO JAVIER ZUDAIRE

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Nos ven, nos vigilan, nos encaminan, nos manipulan…, saben qué compraremos y qué comeremos. Da miedo.

Nunca espero ver una bronca entre mujeres, considero que están por encima de las trifulcas y que actúan de manera más inteligente que los hombres; de ahí que sorprenda observar una pelea entre ellas. En todo caso, llegado el momento, parece que tirarse de los pelos es historia y ahora se tiran de los carros. Ocurrió por culpa de un descuento intencionado. Tal vez no haya paradigma mejor concebido para expresar la fiebre consumista en medio de una crisis tozuda, pero no deja de ser una muestra de corte alienante la imagen sucedida un día prenavideño en un gran centro comercial. O  cabría afirmar que un descuento generoso en los juguetes, cuando hay que comprarlos en nombre de los Reyes Magos, saca lo peor de nosotros mismos. Qué sé yo.

Dos mujeres, dos madres, se manifiestan tan capaces de traer nuevas vidas al mundo como de enzarzarse en riñas por meter en su carro la consola rebajada y creerse, ambas, en posesión de una razón basada en el hecho, cuestionable, de haber llegado, ambas, en primer lugar a la balda paradisíaca de la oferta suculenta. Muy penoso.

Hace ya un tiempo que el escritor y ensayista Sánchez Ferlosio matizaba en uno de sus libros el desarrollo progresista plasmado en base a simplezas, y no lo son tanto, como el cambio experimentado por una sociedad que antes 'iba a comprar' y ahora 'va de compras'. Por no hablar del giro empresarial aplicado al producto resultante de la elaboración, cuyas cualidades fueron en tiempo refrendadas por la inversión, mientras que hoy la mayor parte porcentual del artículo es marketing y publicidad, siendo la calidad barniz justito, lo inevitable para que se sostenga el género en pie. 

En esa imagen descrita de la reyerta de dos mujeres, en plena vorágine comercial, confluyen las deducciones del pensador: la batalla de tirarse de los carros porque es ese artículo, y sólo ése, es el que los reyes quieren para sus hijos; y, por otra parte, ¿qué demonios de producto puede aguantar una rebaja de la mitad del precio, si antes no se ha inflado su valor de manera exagerada? 

Importa la posesión, llegar primero, todo antes que un somero análisis sobre la auténtica necesidad de la compra o el estudio mínimo de una alternativa. Puede que tengamos el consumismo metido en vena, y la crisis no ha conseguido otra cosa que adormecerlo, en determinados casos, pero es evidente que somos víctimas de una ansiedad incontrolada por adquirir lo que no necesitamos, además de lo que nos hace realmente falta. ¿Es eso malo? No soy quién para decirlo, sólo puedo apuntar la tristeza que produce ver a dos mujeres peleándose: quizá hayamos errado al intentar meter la esencia de la Navidad en un carrito de la compra.

Puede ser.