monólogos imposibles

La construcción de Iglesias

dominical  numero  623 seccion  barril Pablo Iglesias

dominical numero 623 seccion barril Pablo Iglesias / periodico

JOAN BARRIL

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Ya somos terceros en intención de voto. Y eso sin despeinarnos. Unas elecciones europeas por las que nadie daba un euro nos han colocado en todas las páginas y en todos los programas de debate. “¡Uy, que llega el Iglesias!”, dicen los torpones de la derecha. A base de hinchar los miedos de su gente han acabado produciendo centenares de miles de nuevos independentistas catalanes y ahora a nosotros nos faltan brazos para dar la bienvenida a todos aquellos que llaman a nuestra puerta. Nos llaman “la extrema izquierda”, que ya son ganas de ir a la enciclopedia. Ese es el problema crónico de este país: la derecha considera que sus privilegios son un regalo de Dios. Si consideran que alguien les amenaza son incapaces de mirar un poco más allá. Hace años se dedicaban a los golpes de Estado. Ahora eso ya no está de moda. Absolutamente inútiles para explicar la realidad, los de la casta se dedican a buscar comparaciones: que si soy el Pedro Botero del siglo XXI, que si soy un hijo natural de Chávez, que si cualquier día de estos me encontraré en un 'txoko' con los presos de ETA. Esa es la derecha que tenemos. Una derecha que no está reconstituida pero que es altamente reconstituyente. Fíjense en mí, que de ser un alfeñique con coleta me están convirtiendo en un gigante.

Un día de estos, el nuevo Rey debería darme una medalla por la contribución que ha hecho Podemos para integrar en la vida política a gente que estaba dispuesta a no moverse de la plaza pública. Eso tiene mérito. Porque ahora los antidisturbios no podrán entrar en el Parlamento de Estrasburgo ni en los ayuntamientos que vamos a ganar en las próximas municipales. Éramos la fiera feroz, pero ahora somos unos tíos serios que hemos llegado adonde hemos llegado sin hacer el idiota como Beppe Grillo. A la derecha no hay nada que le asuste más que encontrarse de frente con la razón.

De vez en cuando me llaman algunos miembros de segunda fila del PSOE pidiéndome clemencia, que al fin y al cabo por eso me llamo Pablo Iglesias. Aunque solo sea por respeto a mi homónimo, debería dejar de tirarles el aliento en la nuca. Lo de Izquierda Unida ya es otra cosa. Me sabe mal que esa gente esforzada, ahora que tan bien les pintaba el futuro, se encuentre con nosotros. Pero Podemos. Y podemos con todo. Aunque, conociendo a nuestros adversarios de la casta y a la prensa malévola, lo único que hay que hacer es vigilar que no entre en nuestro club ningún infiltrado que nos pueda desacreditar, que en eso la derecha es muy especialista. Al PSOE no hay que temerlo, porque tal como están las cosas se dedicarán antes a devorarse entre ellos que a venir a por nosotros.

Este agosto habrá sido un periodo de vacaciones sin vacaciones. A veces pienso en esas casualidades que hacen que los montes se derrumben y que la mujer de nuestra vida sea una rica heredera. Lo de Podemos no lo he hecho yo solo. Es la mala conciencia del peor Gobierno que ha tenido España la que ha abonado el campo de la disidencia. Y agradecidos pueden estar de que el populismo no haya desembocado en movimientos autoritarios y bestias. Ahora nos acercamos poco a poco a los aledaños del poder. Lo fácil ya está hecho. Pero ahora viene lo más difícil, que no es otra cosa que sustituir la protesta por la propuesta. O sea: que ahora toca movilizarnos y al mismo tiempo hacer política. A veces me pregunto si Podemos podrá.