Los jueves, economía

Consejos para el futuro presidente

No basta aprobar una ley para que salgan las cosas porque lo importante es implementar las políticas

ANTONIO ARGANDOÑA

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Hace muchos años me dieron este consejo: no des consejos a quien no te los pide. Pero, lo siento, después de unas elecciones la tentación es grande. Por eso, dejando de lado las dificultades, condicionantes y problemas que va a suponer formar nuevo gobierno, me atrevo a dar unos cuantos consejos al futuro presidente. No me importa quién sea, porque no quiero tratar de contenidos, sino de procesos.

No hay nada gratis -bueno, casi nada-, porque dentro de poco tendremos que pagar por respirar aire limpio. Piense qué impuestos va a subir o qué gastos va a reducir para financiar sus proyectos, y si va a recurrir a la deuda, quién le prestará el dinero, a qué tipo de interés y en qué condiciones. Lo de 'que paguen los ricos' está bien en campaña electoral; en la realidad no suele funcionar.

La ilusión es importante, pero el voluntarismo no sirve. En la Hungría estalinista plantaron naranjos junto al lago Balaton, lugar de grandes heladas; cuando se echaron a perder, fusilaron al ingeniero que había avisado del probable fracaso, por contrarrevolucionario. La buena voluntad y la ideología no son suficientes. Alguien dijo que la ciencia económica se resumía en una frase: la gente responde a los incentivos; todo lo demás es comentario. A la hora de diseñar sus políticas, piense en los incentivos de los que las van a elaborar, de los que las van a poner en práctica y de los que las van a padecer. Con otras palabras: no basta aprobar una ley para que las cosas salgan. Lo importante es implementar las políticas, no diseñarlas.

El método de prueba y error

Las decisiones tienen consecuencias no deseadas, pero esperables. Para identificarlas, es bueno ponerse en el lugar de los que estarán alrededor de esas decisiones. Una consecuencia de lo anterior es que conviene funcionar mediante el método de prueba y error. Porque, además, usted y sus ministros no lo saben todo, y sus expertos tampoco. Hay que escuchar a los otros, también, y sobre todo, a los que no piensan como usted.

Cuando vaya a tomar una decisión, piense en quién se va a oponer a ella. Luego, elabore una estrategia para tratar con esos disidentes. Una solución es destruirlos -no como personas, claro-, sino como grupo poderoso: es lo que hizo la señora Thatcher con los sindicatos. Otra solución es sobornarlos (dentro de la legalidad, claro): también lo hizo la señora Thatcher con los que se oponían a las privatizaciones. Y otra es tratar de incluirlos en su proyecto; esto se lleva menos entre los políticos, pero es más humano y más eficiente.

'People matters', dicen los anglosajones: la gente es importante. Los ciudadanos que van a sufrir sus políticas (sí, sufrirlas, al menos algunos de ellos) y los que las tienen que poner en práctica. Busque las capacidades donde están. Las empresas suelen ser mejores que los partidos, a la hora de tener acceso a lo que saben, a los que saben hacer y a los que hacen. Recuerde lo que he dicho antes: hay que escuchar a todos los que tienen algo que decir, lo que no quiere decir que hay que hacer todo lo que proponen. Escuche a muchos, pero no deje en sus manos el diseño de la política: dicen que un camello es un caballo diseñado por un comité.

Un diagnóstico apoyado en datos

Si quiere cambiar las cosas, empiece con un diagnóstico de la situación, apoyado en datos, no en impresiones: no puede haber una buena política donde no hay un buen análisis. Pero lleva tiempo, y los ciudadanos esperan resultados pronto, de modo que tendrá que hacer algo efectista, para convencerles de que los resultados están a punto de llegar. Pero tómese el tiempo necesario para madurar su proyecto.

Cuente a los ciudadanos su diagnóstico, sus prioridades, los criterios con los que tomará sus decisiones y los resultados que espera, con un calendario. Esto da impresión de seriedad. Repita su discurso de vez en cuando; explique cómo encaja cada paso en su proyecto. Los eslóganes, las frases cortas, las descalificaciones e incluso los insultos suelen tener su lugar en la campaña; ahora es el momento de dar contenido, de explicar razones, sobre todo si piensa que algo de lo que dice no va a gustar a la gente. ¡Qué diferente habría sido la lamentable campaña electoral que hemos sufrido, si al menos alguno de los candidatos hubiese sido menos visceral y más creativo!

Acabo con un consejo de Einstein (no recuerdo en qué equipo juega ni si marca muchos goles, pero tiene frases célebres): locura es hacer la misma cosa una y otra vez, esperando obtener diferentes resultados. Si quiere cambiar el país, empiece dudando de los supuestos de partida de su análisis. No se deje llevar por la sabiduría convencional, por la ideología de su partido o por las opiniones de los que le rodean. Escuche a otros, porque, como decía el mismo Einstein, todos somos muy ignorantes, pero todos ignoramos cosas distintas. ¡Ah!, y no olvide la buena suerte.