IDEAS
El atinado consejo del maestro Espinàs
Josep Maria Pou
Actor y director teatral
JOSEP MARIA POU
Agradecido, me remito a la columna del maestro Josep Maria Espinàs, en este nuestro periódico (mucho más suyo que mío, mucho antes suyo que mío, con mucho más mérito suyo que mío) del pasado jueves día 11. El maestro Espinàs me dedica su atención a propósito de ciertas vacilaciones que expresé, hace unos días, referidas a la disciplina de la obligada escritura semanal. El admirado Espinàs, desde su pequeño observatorio, atina, como de costumbre, en el diagnóstico y la prescripción. Su consejo de practicar la escritura diaria sobre la rutina de la observación diaria, vale muchos quilates. Y adquiero a gusto la deuda, aún sabiendo que nunca podré pagarla. El consejo, basado en su propia experiencia, es generoso, propio de quien ejerce su magisterio sin aspavientos, a la chita callando, desde el rincón preciso y el ángulo exacto. Gracias, maestro, por la atención hacia mi trabajo y mi persona.
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Un hecho, el de la observación diaria y minuciosa, que tiene mucho que ver también con mi oficio de actor. En el momento de empezar los ensayos de cualquier aventura (un nuevo espectáculo, un nuevo rodaje, son siempre una aventura y más en estos días: no riman en vano, cultura y aventura) lo principal es convertirse en esponja. Ser actor es ser, entre otras muchas cosas, un curioso empedernido. Se sorprenderían si les dijera, con pelos y señales, de dónde salió el torpe caminar del Lear que hice en 2005, o la agresiva pasividad del Inspector que hice en 2010, o el temblor de la mano de Furtwängler de hace un año, o la mirada limpia y el dedo en alto del Sócrates que me ocupa ahora mismo. Todo de la calle, de la vida, del mirar, ver y callar (entiéndase, observar y almacenar).
Nos miramos poco, hablamos poco y hasta diría que nos tocamos poco. Es como si nos diera miedo pasarnos de curiosos y llegar a impertinentes. Les ofrezco al remedio: acudan al teatro y mírense en el espejo que les ofrece cada representación. Allí podrán ver sin ser vistos y de allí saldrán, atentos los cinco sentidos, más sabios de lo que entraron.
Nada me gustaría más que tener hoy, esta noche, sentados en primera fila, a los políticos responsables de las negociaciones para formar Gobierno. Ofrecerles el espejo y decirles, alto y claro, las primeras palabras del Sócrates que habito: “Me llaman Sócrates. Me gusta hablar. También razonar. Perseguir el conocimiento. Darle al otro la posibilidad de convencerme”.
Pues eso.
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