La clave

Con ganas de llorar

ENRIC HERNÀNDEZ

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Se lo contaba ayer a Núria Navarro la doctora Teresa Soriano, internista de urgencias del Hospital de Vall d'Hebron: «Hay días en que salgo de urgencias con ganas de llorar». Con 15 años de experiencia y tres hijos esperándola en casa, Teresa no parece arredrarse ante la primera adversidad. Su relato complementa el del  exjefe de urgencias de Vall d'Hebron, Xavier Jiménez, destituido la pasada semana tras haber denunciado el colapso del servicio. Y la versión de los sanitarios se refuerza con el  testimonio de pacientes y lectores del diario que en estas páginas vienen narrando los efectos de los recortes de personal, camas y quirófanos que deterioran nuestra sanidad pública.

Cómo no compartir las ganas de llorar que nos confesaba la doctora Soriano al ver las imágenes de decenas de enfermos amontonados durante varios días en boxes a la espera de que quede una cama libre.

Cómo no poner en duda que la carestía presupuestaria baste para explicar el aparente ensañamiento con la sanidad pública, cuando otros servicios igualmente onerosos, como la educación obligatoria, están capeando con mayor donaire los embates del austericidio.

Cómo no preguntarse si tras el escudo de los ajustes presupuestarios no se oculta la negligencia o la endogamia de algunos gestores hospitalarios. O la avidez de un sector privado que se frota las manos ante el derrumbamiento del sistema público de salud. O la ideología ultraliberal -inconfesable, pero fácilmente reconocible- de quienes consideran que el Estado del bienestar, cuya financiación es secundaria frente al pago de la deuda tras la última reforma constitucional, se debe «redimensionar·» (léase «empequeñecer») siguiendo el modelo anglosajón: que cada palo aguante su vela.

La verdadera épica

Según corearon CiU y ERC al aprobarlos, los de este año son «los presupuestos socialmente más justos en décadas», después de que los recortes de ejercicios precedentes «tocaran hueso» en el sistema público. Aparte de guiar al país hacia horizontes sublimes, la responsabilidad de los gobernantes es afrontar las miserias reales y presentes. Ahí reside la verdadera épica.