Con el tridente siempre salen las cuentas

DAVID TORRAS

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La Liga es larga y se hará larga, por más que el Barça esté más cerca que cualquiera de llegar primero y cortar la cinta. Es fácil echarse a hacer cuentas y sumar los tres puntos pendientes ante el Sporting sin jugar, y ver al Atlético a seis y pensar que hasta aquí llegó la adrenalina de Simeone, y al Madrid a siete y hacer burla de Zidane y del desespero de Cristiano, igual que ya solo se espera que la federación anuncie la sede de la final de Copa para ir hacer las reservas, y muchos culés ya pregunten por el Duomo de Milan a cuenta de la sexta Champions. Es el  efecto del triplete y las cinco copas, la sensación de que con Messi, Suárez y Neymar no hay nada que temer, y que porqué no va a repetirse la historia. ¿Quién lo  va a impedir? ¿Quién  va a hacer callar al tridente?   

El Atlético ha quedado atrás aunque durante un rato estuvo delante, decidido a buscarle las cosquillas y pelear de tú a tú al campeón ante el que sucumbió del todo cuando perdió la cabeza, uno de lo riesgos del cholismo, esa religión que no predica precisamente el cariño al prójimo ni poner nunca la otra mejilla. No acabó de morir nunca y el Barça no acabó de rematarlo ni siquiera con nueve, cuando tuvo que aparecer Bravo para salvar el empate y el Camp Nou contuvo la respiración, un gesto que se repitió en el último suspiro al ver a Oblak subiendo a rematar una falta. Un final innecesario que retrató la indefinición del equipo, intenso solo por momentos y demasiado contemplativo, con ese exceso de confianza que a menudo transmite, sintiendo que solo es cuestión de ponerse y que no hay enemigo que resista un pulso con el tridente.

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La Liga se hará larga si al Barça le cuesta tanto sumar, y cada vez que le citan a las cuatro de la tarde sale tan desenchufado. Ocurrió en Málaga y se repitió ayer, en una desconexión inexplicable con lo que hay en juego, y que el Camp Nou acogió removiéndose en la silla, obligándose a callar y no alzar la voz por respeto porque con cinco copas a la vista no hay de que quejarse, pero inquieto ante la calentura de unos y la frigidez de lo suyos salvo en esos 20 minutos de rauxa que voltearon el partido.

Y ahí siempre está Messi. Y Suárez. Y lo estuvo Neymar hasta que le pisaron donde sabían que dolía. Nada comparable a la palada de Filipe Luis. Mourinho se lo llevó al Chelsea y apenas jugó pero ya se sabe que Jose es de los que deja huella. Así que al chico no se le ocurrió nada mejor que hacer enfadar a Messi. Menuda imprudencia. Le clavó los tacos en el tobillo cuando el 10 defendía un balón junto a la porteria de...Bravo.  Caído en el suelo, la cabecita de Leo se puso en marcha. Se levantó y a lo lejos miró a Filipe Luis mientras iba mascullando por lo bajo. Cuando lo tuvo cerca, siguió mirándole y susurrando. Era cuestión de tiempo y la única duda era saber cómo iba a ‘morir’, si lo mataría dulcemente con el balón o sería más cruel. Pues nada, Filipe Luis se suicidó enloquecido y, en honor a Mourinho, hizo un Del Horno. La patada de la impotencia, el retrato del aire imparable que acompaña a Messi y, a su lado, a Suárez, a Neymar y al Barça.