La clave

Comunistas, nazis y pitadas

JOAN MANUEL PERDIGÓ

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Vuelven el comunismo y los sóviets y entramos de lleno en la inestable república de Weimar, que alumbró el nazismo. España se ha convertido, a ojos de nuestra peculiar derecha, en una suerte de 'Jurassic Park' en el que reviven los monstruos de las convulsas primeras décadas del siglo pasado. Es curioso que cuando a nuestros conservadores se les rompen los esquemas, en lugar de preguntarse qué está pasando, qué hay de nuevo en la calle, lo único que se le ocurra es tirar de moviola y recurrir a los tópicos.

Mal asunto tratar de inquietar al personal con un 'remake' de 'King Kong' a estas alturas de la fiesta. La misma derecha que hace anatema de cualquier atisbo de recuperar la memoria, de volver sobre el pasado para no repetirlo, como han hecho los alemanes con el nazismo, no duda en sacar el recital catastrófico, con quema de conventos y la violación de monjas incluidas. Nazis y comunistas amalgaman sin lógica alguna todo aquello que rompe la tranquilidad sobre la que están instalados. Hace falta mucha imaginación, ignorancia o mala fe para encontrar paralelismos entre la España de hoy y la Alemania prenazi como se empeña la presidenta navarra, Yolanda Barcina, apelando a la magnífica autobiografía de Stefan Zweig ('El mundo de ayer' / Acantilado)

Noventa años después

Y así nos va. Mientras unos se rasgan las vestiduras, Rajoy sostiene que en realidad no pasa nada, o muy poco. Algunas cosas, a lo sumo. Siguen empeñados en no ver la realidad, el descontento y el hastío que se acumulan desde al menos hace un lustro, cuando ya se veía que esto no iba a ser una crisis pasajera y los brotes verdes se negaban a florecer en millones de balcones.

Una torpeza tras otra. Económicas, sociales y políticas. La más reciente, haber conseguido que la última final de las pitadas haya batido el récord de decibelios. A más amenazas, mayor reacción. Elemental. La derecha vuelve la vista atrás y lo único que acierta es a verse reflejada en Primo de Rivera. En 1925, el dictador clausuró Les Corts, el campo del Barça, porque el público pitó 'La marcha real'. Noventa años después no vuelven los sóviets pero sí las mismas obsoletas recetas.