DOS MIRADAS

Comunión

Cuesta imaginar una unión sincera (o por lo menos táctica) entre quienes defienden postulados tan extremos. Aunque sea a mayor gloria de la nación

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Es difícil analizar con cierto rigor la superficie ondulante en la que nos movemos. Hablo con un historiador amigo y me comenta que tiene algún punto de concordancia con lo ocurrido durante los primeros meses de la Guerra Civil. «Salvando todas las distancias, claro», me dice. «Había quienes se planteaban ganar la guerra; mientras tanto, los otros afirmaban que no se podía ganar la guerra si al mismo tiempo no se hacía la revolución. Y resulta que no se consiguió ni lo uno ni lo otro, ni ninguna de las dos cosas».

Me repite, con insistencia, que deben salvarse las distancias: «Ahora, por ejemplo, los hay que apuestan por construir un Estado arraigado en la insumisión mientras que hay otros que piensan que la batalla no se puede ganar si no es con los argumentos tradicionales, no con proclamas radicales».

En la férrea defensa de sus tesis, bajo los focos implacables de la atención mediática, en el tuétano del debate político, la CUP parece que ha encontrado un punto de comodidad ideológica que supera las incomodidades mediáticas y hasta le otorga una posición no diría que displicente pero sí juguetona. Al otro lado, tengo la sensación de que el desconcierto es absoluto y es por ese motivo que hay tantos nervios y tanta agitación y tanta voluntad de presión patriótica. Cuesta imaginar una comunión sincera (o por lo menos táctica) entre quien defiende postulados tan extremos. Aunque sea a mayor gloria de la nación.