La clave
El cuento chino
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
China ha tomado en las dos últimas semanas con nocturnidad y alevosía decisiones económicas que en Europa o en Estados Unidos llevarían semanas y meses de discusión pública. Mientras el Banco Central Europeo (BCE) o la Reserva Federal convocan sus reuniones con antelación, dan razón de ellas ante la prensa y publican posteriormente las actas de sus deliberaciones, el banco central chino no rinde ni siquiera cuentas de su gestión en un parlamento elegido democráticamente. Estaría bien que los que proclaman la oposición entre democracia y mercados en el caso griego alzaran un poco la voz en el caso chino.
Ciertamente, en la última crisis del euro, una pequeña parte de las élites europeas promovió el advenimiento de un mandarinato en Bruselas como el que gobierna en Pequín. Afortunadamente, no se salieron con la suya, entre otras razones por la oposición de la cancellera Merkel que nunca aceptó subyugar el Bundestag a los dictados del BCE sino que impulsó un mayor control del Parlamento europeo sobre el BCE y de éste sobre los bancos nacionales.
El gran error
Joseph Stiglitz publicó en 2010 un magnífico libro con un magnífico título: El malestar de la globalización. Allí explicaba que el gran error de la Unión Europea y de los Estados Unidos había sido abrir los mercados internacionales a China y a Rusia sin obligarles a cumplir una serie de requisitos democráticos. Explicaba que si Franco hubiera muerto solo 10 años más tarde, quizás a España no se le hubiera exigido superar la dictadura para comerciar con Europa.
Estos días palpamos las consecuencias de aquel despropósito. China hace y deshace devaluaciones como le da la gana, inyecta dinero a sus bancos, tapa las vergüenzas de su bolsa, resulta incapaz de garantizar la seguridad industrial y lleva locos a los mercados occidentales porque hoy es uno de sus principales acreedores y el destino de buena parte de sus exportaciones. Competir con una dictadura es hacerlo con las manos atadas. Es hora de dejar de hacer negocios sin exigir garantías democráticas.
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