El proceso vasco

Compasión o acusación

El mundo aberzale aún pone reservas al reconocimiento de «todos» los que sufrieron la violencia

REYES MATE

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La conferencia internacional Construyendo la Paz desde el Ámbito Local, organizada por el alcalde de San Sebastian, Juan Karlos Izaguirre, de Bildu, ha visibilizado el punto en que se encuentra la cuestión vasca. Este regidor aberzale, reacio a reconocer responsabilidades, quiso transmitir a todas las víctimas «su profundo pesar de corazón» y pidió un minuto de silencio «en memoria y reconocimiento».

Que cada vez sean más quienes, desde el entorno de ETA, se solidaricen con el mundo de las víctimas y lamenten el daño causado es una buena noticia porque si se reconoce que hay víctimas, habrá que pensar que también hay victimarios, y el victimario no se puede colgar la medalla al valor de un gudari ni puede calificar el asesinato de acción heroica. Es verdad que todas esas consecuencias no figuran en las declaraciones del regidor donostiarra, ni estaría él dispuesto a reconocerlas, pese a estar en la lógica de su discurso.

Hay algo, en efecto, en ese tipo de proclamas -que manejan también dirigentes como Arnaldo Otegui Martín Garitano, el diputado general de Guipúzcoa- que acaban significando lo contrario de lo que dicen. Me refiero a la coletilla que invariablemente acompaña a sus condolencias por el sufrimiento causado, a saber, la palabra «todas». Hablan siempre de todas las víctimas: las de ETA y las de la guerra sucia. El minuto de silencio iba también para todas ellas porque «este país», en palabras de Martín Garitano, «ha vivido de todo».

La banda terrorista tuvo el descaro linguístico de explicar su estrategia como una «socialización del sufrimiento». Lo que hacen ahora estos epígonos que han conseguido el poder en las urnas es universalizar la culpa. Como esta es la consigna actual del largo proceso de la historia de la violencia etarra, convendría detenerse y clarificar qué se está diciendo.

Digamos, en primer lugar, que todas las víctimas son iguales y merecen el mismo respeto. Las de ETA y las del GAL. Todas son inocentes y merecen justicia. Pero no es comparable, en segundo lugar, el comportamiento de la organización ETA con la del Estado español en lo que respecta a la producción de víctimas porque estamos en un Estado de derecho y este tiene mecanismos, que activó en su momento, para perseguir y castigar sus propios abusos, mientras que ETA jaleaba a los autores del crimen y condena hoy a quienes se reconocen culpables, como ocurre a quienes participan en la Vía Nanclares.

Lo más sospechoso en esto de la universalización de la culpa es, en tercer lugar, la obscenidad de la mirada del culpable que inculpa al de al lado. Tengamos en cuenta que la culpa es la herida que deja en uno la acción criminal dirigida contra otro. Quien se siente culpable es consciente del daño que se ha hecho a sí mismo al hacer daño al otro. Quien se reconozca culpable, quien lamente sinceramente el daño que él o los suyos han causado al otro, lo que busca es sanarse y recuperar la humanidad perdida. Para esa faena lo importante es la relación con la víctima, que es de donde le puede venir la liberación. La culpa de los demás le sirve de poco. Cabe imaginarse -y los trabajos empíricos lo avalan- que el sentimiento que realmente se abre paso en el culpable es el de la compasión y no el de la acusación.

Contrastan las declaraciones de los dirigentes de Bildu sobre las víctimas con lo que se desprende del libro Los ojos del otro: los encuentros restaurativos entre víctimas y exmiembros de ETA que recoge la experiencia de llamada Vía Naclares en la que víctimas y victimarios se miran de frente. El camino hacia una sociedad reconciliada pasa por el cambio interior de los protagonistas y adláteres de la violencia terrorista. El cambio interior supone saberse culpable y reconocer la autoridad moral de la víctima que puede devolver al culpable su dignidad. Maixabel Lasa, la viuda de Juan María Jáuregui, recuerda en el prólogo las palabras que dirigió al asesino de su marido, desesperado por el crimen cometido: «Has tenido el valor de reconocerlo, de pedir perdón. Así has recuperado tu libertad y el derecho a ser ciudadano».

La Vía Nanclares, que implica por parte del perpetrador de un crimen no solo que cumpla la pena sino además un cambio interior, no parece ser del agrado ni del mundo etarra (porque quien a ella se acoge considera la muerte de la víctima un crimen y no una acción heroica en defensa de una idea) ni de este Gobierno. Y no se sabe bien por qué. Si esta vía no conlleva reducción especial de la pena, ¿por qué oponerse a una experiencia que según todos los participantes enriquece a las víctimas y a los victimarios, es decir, a toda la sociedad? ¿A quién molesta el arrepentimiento? Pensar que la única forma de justicia es el mero castigo es tener una pobre idea de la justicia.