Dos miradas

Compasión

Desprendernos de nuestra piel para tratar de sentir la vida del otro, sus miedos, sus frustraciones, también constituye un instrumento de paz

EMMA RIVEROLA

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La compasión como mecanismo de retorno, como arma para luchar contra el fanatismo. El psicólogo Javier Urra explicaba ayer en EL PERIÓDICO la facilidad con la que pueden ser manipulados los menores. «Los terroristas lo saben y les prometen hacerse héroes. Para recuperarlos hay que tocar sus sentimientos, que desarrollen la compasión». Conseguir que vean lo que sus ojos se niegan a vislumbrar. Sentir lo que su corazón inflamado de odio, de rabia o de vanidad parece incapaz de sentir. No es fácil, especialmente cuando hemos fundamentado parte de nuestra cultura en la negación de la compasión. Atrincherados en la propia defensa, en la construcción de una individualidad (que puede ser colectiva, siempre que esté formada por 'los nuestros') que nos insufla fortaleza, que nos permite sentirnos acompañados, inmunes al ataque de la soledad. Cojos de compasión, convertimos en forasteros a todos los que no entendemos, situando fuera de nuestras fronteras mentales a aquellos que no han encontrado un lugar en el mundo. Tanto da lo que indique su documento de identidad. La situación de extranjerismo puede limitarse al ámbito cultural o ampliarse hasta a la propia vida.

Desprendernos de nuestra propia piel para tratar de sentir la vida del otro, sus miedos, sus frustraciones, también constituye un instrumento de paz. Quizá el arma más potente. La imaginación puede hacernos entender lo que la realidad nos niega.