Las enseñanzas del pasado

Cómo funciona la historia

Es imposible prever si el desafío planteado por el independentismo catalán acabará ganando o no

XAVIER BRU DE SALA

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Preocuparse por el futuro es inherente a todas las civilizaciones y a todos los individuos (con la excepción de los anacoretas y los que han alcanzado el nirvana), pero no son muchas las sociedades que se han ocupado de estudiar de dónde vienen. Las primeras investigaciones sobre el pasado de un país milenario como la India fueron británicas. El interés por la arqueología era inexistente hasta la Europa moderna. En nuestros días, los historiadores se quejan del poco caso que se les hace. Llevan razón. Se lee mucha más novela histórica que historia. El acceso al pasado de la mayoría empieza y acaba en superproducciones cinematográficas que mezclan la fantasía más falseadora con una selección aleatoria y en general engañosa de sucesos reales.

Aun así, ya que los catalanes estamos convocados a escribir una página gloriosa (o bochornosa) con el proceso soberanista, quizá es útil tener presentes algunas características de la historia que a menudo chocan con ideas sobre su funcionamiento tan preconcebidas como erróneas. Lo primero que debe ponerse en cuestión cuando nos enfrentamos con el pasado es la causalidad. Si tiras una piedra, cae. Si tomas una decisión, los efectos tanto pueden ser los esperados como los contrarios. La historia convierte piedras en bumeranes, y viceversa. ¿Cómo y cuándo? No lo sabemos hasta que ha sucedido. ¿De qué depende? No lo sabremos nunca.

La idea según la que la historia es una sucesión lógica de causas y efectos es muy atractiva y reconfortante, pero lamentablemente es falsa. Son tantas las causas que concurren en un solo efecto que discernir las principales o determinar con precisión el desencadenante es empresa de enorme dificultad. ¿Qué convierte en victoriosos a quienes han ganado batallas? ¿Qué trae la derrota a los perdedores? ¿Qué lleva al triunfo de unas religiones, unas lenguas, unos sistemas de ideas, siempre en detrimento de otros que desaparecen? Muy a menudo, demasiado, la casualidad es determinante. El mecanismo interno de la historia es aleatorio. Tan aleatorio como el de la meteorología. Aunque la meteorología presenta una ventaja sobre la historia: el tiempo que va a hacer pasado mañana es predecible con poco margen de error, y el futuro de las sociedades no lo es; ni siquiera el inmediato.

La primera batalla bien documentada tuvo lugar en Quadesh hace 33 siglos entre el faraón Ramsés II y el rey de los hititas. Con 90.000 hombres entre los dos bandos. De entrada huyeron los egipcios, pero luego contratacaron. Sorprendidos, los hititas, que ya saqueaban el campamento enemigo, corrieron «como si les persiguieran los espíritus», según el poema que relata la batalla. Aun así, la masacre mutua fue tan espantosa y Ramsés quedó tan debilitado que los hititas también se proclamaron vencedores. Desde entonces y hasta el siglo XX, Napoleón incluido, la mayor resistencia al pánico ha sido, en numerosas ocasiones, el factor principal de las victorias en las grandes batallas que han levantado y hundido los imperios. Aníbal, Pompeyo y Marco Antonio fueron derrotados contra pronóstico porque alguien dio media vuelta en vez de plantar cara.

En nuestros días, pacíficos por comparación con todos los pasados, el número de suicidios iguala o supera el de muertes violentas, sumadas todas las víctimas de todas las guerras y todos los asesinatos. La guerra, que era un motor principal de la historia y reportaba grandes beneficios a los ganadores, es hoy un mal negocio gracias a la globalización. Es demasiado cara, y por eso no se pueden plantear más allá de escaramuzas a escala local. Los conflictos se resuelven por otros procedimientos: la amenaza, las sanciones, la negociación y, en los países democráticos, el voto.

El fenómeno más relevante de la historia humana en los últimos milenios es la ascensión y caída de los imperios. ¿Cómo se construyen? ¿Por qué caen? Nadie posee la receta. Solo sabemos que no han cesado de sucederse. Y algo muy importante: los dos últimos en hundirse, el británico y el soviético, se deshicieron de forma poco o nada violenta. Insólito. Hoy vivimos protegidos por un paraguas imperial benévolo bajo control germánico, la Unión Europea, situada bajo el paraguas imperial americano. Es en este contexto, muy por encima del hispánico, que se produce el desafío del independentismo catalán. Si ganará o perderá no lo sabe nadie. ¿Habrá cambios? ¡Seguro! ¿En qué sentido? Es imposible de prever. ¿Con violencia significativa? De ningún modo. ¿Con desestabilización y pérdida de nivel de vida en Catalunya y España? Lo prohíben las realidades imperiales que planean por encima. Pero la historia es aleatoria y caprichosa.