Al contrataque

Cómo te explico

Imagino qué haría yo contigo en los brazos. Cómo se pelea contra la muerte de tu hijo en tus propios brazos

ANA PASTOR

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Recuerdo aquel día porque no ha pasado mucho tiempo. Recuerdo que mirabas con recelo pero seguías avanzando. Tenías solo 2 años y cuando el agua empezó a tocar tus pies descalzos diste un respingo hacia atrás. No era por el frío. Querías entrar y pasar de la orilla pero te daba miedo. Querías controlarlo y que ganara tu entusiasmo. De repente una ola te quitó todas las dudas de una vez. Llegó sin avisar. Ya no fueron solamente tus pies. Te movió un metro. Esa ola hasta te hizo comer arena. Te caíste para atrás de culo, y cuando segundos después te recuperaste del susto, te levantaste con una sonrisa y te lanzaste al agua de golpe. Ya daba igual la temperatura y que aquel agua cortara la circulación. Ya únicamente querías que llegara otra ola y otra más. Nos costó sacarte del agua unas cuantas horas. Habías descubierto el mar. Ahora que podías ponerte de pie y andar, querías probar una y otra vez aquello sabiendo que estábamos cerca. No estabas solo. Es otro lugar. Es otro día. Pero te veo a ti y ahora le veo a él.

Imagino los momentos previos a caer al agua desde esa maldita barca hinchable. Imposible imaginar a esa madre antes de que eso ocurriera. Primero el frío y luego el terror. El llanto. Los gritos. Imagino qué haría yo contigo en los brazos. Cómo se pelea contra la muerte de tu hijo en tus propios brazos. Qué te diría. Si sería capaz de soportar el dolor de tu mirada de pánico. Si mis palabras conseguirían calmarte. Si serviría de algo susurrarte nuestra canción preferida antes de que te me fueras del todo. Te veo a ti y le veo a él. Y el silencio. Se acabó.

«El hijo de alguien»

Sobreviviste a las bombas y conseguiste salir, pero no ha servido de nada. Silencio. El rostro de ese policía que se acerca a la orilla y apunta algo en una libreta. Sus largos brazos rodeando el pequeño cuerpo. Las piernas desplomadas ya. El policía mira su rostro varias veces mientras lo coge. Incrédulo. Lo retira de la vista del resto. Un gesto casi instintivo de decencia y de vergüenza. Se llamaba Aylan. Tenía 3 años. Como decía hace dos días en su portada el diario británico The Independent, «el hijo de alguien». Su hermano ha muerto en el mismo sitio y de la misma asquerosa forma con 5 años. Otro hijo más. Silencio.

Dice ACNUR que casi el 40% de los refugiados que Europa desprecia y humilla estos días son niños menores de 11 años. Y ahora cómo te explico dentro de unos años que no hicimos nada. Cómo te digo que llegaron muchos más y no reaccionamos. Que como tú y otros muchos estábais a salvo, miramos para otro lado. Cómo te justifico sin pasar más vergüenza que nos bastó el ruido de las primeras horas y que después volvimos a sumirnos en el silencio. Cómo te cuento que a veces la vida es un asco. Te veo a ti y le veo a él.