Peccata minuta

Como Dios manda

JOAN OLLÉ

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Los nombres imprimen carácter, y tal vez por eso Modest Prats renunció ya desde la pila bautismal a su futura posibilidad de Mossèn Nacional de Catalunya, cediéndole el altar mayor a Josep Maria Ballarin. Mientras Mossèn Tronxo no paraba de oficiar en TV-3 como la línea más corta entre Convergència y Dios, nuestro teólogo-filólogo debía andar reinterpretando a la escasa luz de un ducados las Sagradas Escrituras o los renglones torcidos de El Mundo Deportivo. Sí, los 12 apóstoles terrenales de Modest fueron, sin duda, el once titular del Barça y su entrenador, se llamase este Cruyff o Guardiola, y si alguna vez desatendió el mandato divino de amar a los otros como a uno mismo debió ser por culpa de algún GurucetaMourinho u otro anticristo del Real Madrid.

También en la vida real gerundense tuvo Modest sus apóstoles, con tan mala fortuna que un altísimo porcentaje de ellos celebran más a Nuestro Señor entre las líneas de Riba o Carner que en epístolas o evangelios, y su Más Allá no va más allá del trecento florentino. Citémosles: los catedráticos(as) Oller y Nadal, los teatreros Sunyer y Domènech, el poeta, pintor y dramaturgo Comadira, los exalcaldes(esas) Pagans Nadal bis, los escritores y periodistas Fonalleras y Puigvert, el británico Berga, el librero Terribas,  el chef Subirós y otros feligreses. Si Modest sucumbió ante algún pecado capital, amén del barcelonismo, fue ante la gula, ya que las mejores mesas de Girona y aledaños  le tuvieron como comensal y cada año sentó a los suyos, que son muchos, para concelebrar el sacrificio de la amistad y la inteligencia en el milagro gastronómico de «el niu» del Motel Empordà.

La santísima trinidad

Le conocí a través de una mujer enloquecida por su mal de amor al joven hijo del marido: se llamaba Fedra, era hija de Jean Racine y tenía un altísimo parecido con la actriz Rosa Novell.

Me imagino ahora a Modest traduciendo, después de cenar con su madre, los alejandrinos del jansenista de Port-Royal, buscando la palabra justa -como el maestro Pla- entre la neblina ingrávida de uno, dos, tres, demasiados cigarrillos. Pasamos muchos ensayos riendo, fumando y contando sílabas.

Modest debió entrever su lejana muerte cuando empezó  a desfigurársele el exacto perfil de la Contessa de la Santa Croce, a no recordar en qué cafetería romana le sirvieron el mejor espresso  o a extraviarse en algún profundo recitado de Dante o Petrarca. Nuestro amigo bueno y sabio se encaramó definitivamente al reino de los cielos la madrugada del pasado domingo, cuando nosotros adelantábamos una hora el reloj, supongo que feliz de haber vivido como Dios manda y de que el Barça pueda hacerse aún con la Liga, la Copa y la Champions: la santísima trinidad.