Cautivos y desarmados...

El PSOE pudo cobrarse la investidura de Rajoy arrancándole contrapartidas sociales. Hoy, víctima de sus disputas, solo puede esperar su clemencia

Mariano Rajoy y Susana Díaz, en el desfile militar del 12-O.

Mariano Rajoy y Susana Díaz, en el desfile militar del 12-O. / periodico

ENRIC HERNÀNDEZ

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En una semana, si así lo decide este domingo el comité federal, el PSOE hará el pasillo a Mariano Rajoy, campeón a los puntos por su paciente inmovilismo... y por incomparencia del adversario. En un mes, o poco más, los socialistas deberán decidir si facilitan la aprobación de los presupuestos del próximo año, fuertes ajustes incluidos, o si los tumban con su voto en contra, al tiempo que ruegan a Podemos que les haga un hueco en la oposición. En un año, caso de haber vetado las cuentas del Estado, el PSOE tendría ante sí el botón para forzar otras elecciones. Eso sí, a riesgo de electrocutarse.

Mejor no alarmarse: nada de esto sucederá, salvo la investidura de Rajoy. Porque quienes incendiaron Ferraz para que su inquilino saltara por la ventana se han adueñado de un edificio reducido a cenizas. Les queda solo el "solar", como admitió el asturiano Javier Fernández, administrador judicial de la finca tras tramitar el concurso de acreedores. Ni siquiera para la licencia de obras les alcanza.

El más poderoso argumento de la gestora socialista para ofrendar la Moncloa a Rajoy es justamente ese: que ir a unas terceras elecciones sería suicida para el socialismo español. Lo que priva de cualquier épica al sacrificio: no es sentido de Estado, solo interés de partido.

La pública defenestración de Pedro Sánchez a manos de Susana Díaz (y compañía) ha aireado de forma descanarnada las heridas abiertas en el PSOE, inhabilitando por igual a ambos contendientes. No hay vencedores; solo vencidos. Quienes desde una oscura tramoya manejen los hilos de esta tragedia tal vez hayan matado dos pájaros de un tiro.

A MERCED DEL ADVERSARIO

Meses atrás pudo el PSOE cobrarse una abstención técnica arrancando contrapartidas beneficiosas para el conjunto de los ciudadanos. Nadie, salvo Josep Borrell, tuvo los arrestos de plantearlo en el comité federal. Hoy es demasiado tarde. Cautivos y desarmados, los milicianos que en los buenos tiempos se enrolaron en el ejército rojo no tienen ya más remedio que entregarse con armas y bagajes al adversario, confiando solo en que este tenga la clemencia de tomarlos como prisioneros. Triste sino.