LOS SÁBADOS, CIENCIA

Comer y no ser comido

Todos los seres vivos desarrollan las mismas tres ideas para lograr su primer objetivo, seguir con vida

JORGE WAGENSBERG

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Es el lema existencial de todo ente vivo, sea este una bacteria o una nación entera. En general, la vida se alimenta de vida. La voz que tronó en el cosmos después de que el paraíso cerrase sus puertas debió sonar más o menos así: «…Y ahora ¡comeos los unos a los otros!».  La máxima ilusión de un ser vivo es seguir vivo, pero ¿cómo conseguir tal cosa en un paisaje trufado de otros seres con idéntica pretensión? ¿Cómo aumentar la probabilidad de comer y disminuir la de ser comido? Antes de que la selección natural inventara la cultura, en la vida silvestre ya triunfaban tres potentes ideas, dos de ellas, por cierto, en aparente contradicción. Se trata del arte de desaparecer (comportamiento críptico), del arte de destacar (comportamiento aposemático) y del arte de hacerse pasar por lo que no se es (comportamiento mimético).

El arte de desaparecer consiste en confundirse con el entorno para pasar desapercibido tanto para un eventual depredador como para una presunta presa. Es el caso del lenguado, disimulado en la arena del fondo; o el del camaleón, vestido con el verde exacto de la vegetación circundante. Pero, mira por dónde, la idea contraria también funciona. Es cuando un individuo es venenoso (o de repugnante sabor). Pasar desapercibido sería ahora trágicamente irreversible tanto para el depredador (que muere envenenado) como para la presa (que muere devorada). Hay que avisar del peligro y hacer de ello una buena pedagogía. Es el arte de destacar. Una solución socorrida se basa en el contraste que da la alternancia de dos colores como el negro y el amarillo. En este resultado convergen -¡y por la misma razón!- avispas, salamandras, ranitas venenosas, los taxis de Barcelona, ciertas señales de tráfico o la camiseta del Peñarol.

Pero aquí también existe la tercera vía. Es la pura simulación que aprovecha un prestigio ganado por otro o que disfruta de una confianza que se ha merecido un tercero. Hay arañas que parecen hormigas y viven tranquilamente entre ellas hasta que les entra el hambre y se zampan a la que tienen más cerca (de donde se deduce que las hormigas, con seis patas, no se han percatado aún de que las arañas tienen ocho). También existen serpientes inofensivas, como la falsa coral, que inspiran un gran respeto gracias a lo mucho que se parecen a otras que sí son letales.

No hay estrategia que no pueda fallar. Si las tres artes fueran completamente infalibles, se daría una situación insostenible: todas las presas se salvan siempre, al tiempo que todos los depredadores aciertan con todos sus intentos de matar. Pero de repente, con la emergencia de la inteligencia simbólica y de la cultura, se inaugura algo nuevo en la evolución: es el concepto proyecto diseñado para anticipar la incertidumbre.

El humano es un ser social que vive en el seno de toda clase de colectivos (naciones, religiones, clubs). Todo humano tiene una identidad individual irrepetible y una o varias identidades colectivas. La cohesión interna fortalece la identidad del grupo pero cuestiona la identidad individual. En un extremo está el totalitarismo, que impone una identidad colectiva que ahoga y humilla a la del individuo. En el otro extremo está la marginación, que desorienta al humano hasta convertirlo en un ser asocial. Quizá sea esta la cuestión fundamental de la sociología: una especie de ley de la oferta y la demanda entre las libertades individuales y las restricciones colectivas. Metafóricamente, se puede hablar otra vez de comer y no ser comido. La novedad teórica está ahora no únicamente en el hecho de que en el exterior de un colectivo están el resto de los colectivos (otras naciones, otras religiones, otros clubs), sino que en el exterior de un individuo están también el resto de los individuos de un mismo colectivo (compatriotas, correligionarios, consocios).

Esta complejísima y delicadísima cuestión está quizá en la base de la historia de la infamia humana. ¿Cuáles son los buenos argumentos que recomiendan la creación y perseverancia de un colectivo humano? ¿Cuáles son en cambio sus trampas y sus trucos? Comprender lo natural sirve para valorar lo cultural. Por ello no es mala idea rastrear la historia humana en busca de trucos crípticos, de banderas aposemáticas y de fantasías miméticas.

Existen dos clases de argumentos (y también de trampas): los que apelan a un pasado compartido (tradición, historia) y los que aspiran a compartir un futuro (proyecto, expectativas). Una ballena azul de 200 toneladas se parece más por dentro que por fuera a una musaraña de 2 gramos porque ambas criaturas comparten un pasado de mamíferos (homología); sin embargo, una ballena se parece más por fuera que por dentro al mayor de los tiburones, solo diez veces menor, porque ambos aspiran a un proyecto común: vivir en el océano (convergencia).