Al contrataque

Comer, amar, jugar a fútbol

No todo se pueda intelectualizar. Intelectualizar la comida casi nunca funciona, el sexo, tampoco. Porque ni cocinar, ni hacer el amor (ni, por cierto, jugar a fútbol) son un arte

Messi, durante su estratosférica jugada ante el Espanyol.

Messi, durante su estratosférica jugada ante el Espanyol. / JORDI COTRINA

MILENA BUSQUETS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ya nadie tiene hobbys, ahora todo el mundo tiene pasiones. Los hobbys, pequeñas aficiones que nos daban placer, eran los pasatiempos que uno tenía, que podían ir desde el coleccionismo de botellas antiguas de Coca-Cola al fútbol o a la cocina. En esta época tan poco seria pero tan trascendente, los hobbys se han convertido en pasiones troncales que nos empeñamos en sacralizar e intelectualizar. «Su hobby es la cocina», decían, «hace un suflé de queso que casi nunca se desinfla». O «su hobby es el fútbol, sobre todo no quedemos un día que haya fútbol porque no podrá venir». 

Yo creo que todo se fastidió el día en que empezamos a salir a cenar no para hablar, discutir, coquetear y pelearnos (recuerdo a mi madre llegando a casa a altas horas de la noche y contándome lo que había ocurrido en la cena, lo que había sido dicho, antaño en los restaurantes ocurrían cosas), sino para comer.

REFLEXIONAR SOBRE LA COMIDA

Tengo un amigo periodista que es uno de los hombres más brillantes de la ciudad. La última vez que salimos a cenar, vi cómo él y sus amigos se pimplaban con gran delectación un vino que olía a huevos podridos, lo dijo el risueño sumiller al servirlo y así era (yo, que estoy bastante bien educada y que me acostumbré desde niña a la tortura de comer hígado, me lo bebí sin rechistar y creo que incluso tuve el ánimo de musitar un «¡ah, qué bueno!» apreciativo mientras intentaba beber sin respirar).

A veces pienso que si en vez de hablar de comida, mi amigo hablase de Elvis Presley o de Marie Curie o de Wislawa Szymborska o de su tía Conchita, yo sería la mujer más feliz del mundo. Si todo el tiempo de reflexión que dedica a la comida, lo aplicase a otros temas, el mundo avanzaría más deprisa.

DIGNIFICAR UN PLACER PEDESTRE

¿Por qué hemos de dignificar un placer tan pedestre (y magnífico) como comer? No lo hacemos con el sexo, que es mucho más magnífico (entre otras cosas, porque es, a veces, la puerta de entrada del enamoramiento). No recuerdo lo que comí en ninguna de las comidas más importantes de mi vida, recuerdo a quién tenía delante, recuerdo cómo iba vestida, recuerdo incluso a algunos de los comensales de las mesas colindantes, pero no la comida.

No todo se pueda intelectualizar. Intelectualizar la comida casi nunca funciona, el sexo, tampoco. Porque ni cocinar, ni hacer el amor (ni, por cierto, jugar a fútbol) son un arte. Por eso es tan difícil escribir sobre sexo y escribir sobre cocina. Si lo banalizas, el resultado es mala pornografía, si lo sacralizas, el resultado es ridículo. Se puede ser un genio sin ser un artista. Messi lo es. Seguramente Ferran Adrià también. Pero por favor, la próxima vez que vayamos a cenar, mírame a los ojos, no al plato.