IDEAS

Buscando la belleza

Rufus Wainwright, durante el concierto del pasado día 5 de junio, en la apertura del Festival Jardins de Pedralbes.

Rufus Wainwright, durante el concierto del pasado día 5 de junio, en la apertura del Festival Jardins de Pedralbes. / periodico

Jordi Puntí

Jordi Puntí

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Rufus Wainwright gusta mucho en Barcelona. Su música apasionada, elegante, comprometida, vital, con letras inteligentes -y un toque casi imperceptible de cursilería- le va bien a la ciudad. La prueba es que esta semana volvió a ofrecer un concierto memorable, dicen los críticos, con el <strong>público de los jardines de Pedralbes</strong> entregado de principio a fin. Un par de días antes, en alguna de las entrevistas que le hicieron, Rufus Wainwright decía que el objetivo último de todo lo que hace es "crear belleza", toda una declaración de principios.

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Esta defensa de la belleza como reducto final tiene cierto riesgo, en este presente dominado por la posverdad y las noticias falsas. Puede parecer un esnobismo y, de hecho, es todo lo contrario. Como ya empezamos a tener una edad, me ha recordado al periodista Ramón Trecet. Lo escuchaba hace muchos años en Radio 3, en su programa 'Diálogos 3', cada día a primera hora de la tarde, y solía terminar su selección musical con esta frase dedicada a los oyentes: “Buscad la belleza, es lo único que merece la pena en este mundo asqueroso”.

Trecet estuvo en antena con el programa durante más de 20 años. Yo lo escuchaba sobre todo a principios de los 90, en una época de crisis políticas y de incertidumbre mundial provocada por la primera guerra del Golfo. Su selección salía de las convenciones y me hizo descubrir músicos como Michael Nyman, Wim Mertens -al que vi actuar en el Palau de la Música-, Philip Glass, George Winston, Pat Metheny y tantos otros.

Era la música de la modernidad de aquel tiempo y Trecet sabía envolverla la de sensibilidad poética. Él la definía como minimalista, pero las discográficas preferían venderlo como fenómeno New Age. La etiqueta me molestaba, por el trasfondo esotérico, y por eso tal vez tampoco me convencían del todo las palabras de Trecet invocando a la belleza. Ahora, en cambio, es todo lo contrario. Ya no escucho casi nunca aquella música, pero en tiempos convulsos entiendo mejor la apuesta por la belleza que hacía Trecet. Por eso también me gusta la música de Rufus Wainwright (y, si las entradas no costaran 90 euros, iría a sus conciertos).