Los libros no huelen

Imagen de la campaña de fomento de la lectura de la Conselleria de Cultura.

Imagen de la campaña de fomento de la lectura de la Conselleria de Cultura. / periodico

JORDI PUNTÍ

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Digámoslo de una vez: los libros no huelen. Bueno, huelen un par de horas, recién salidos de imprenta, pero hay que tener la nariz de Jean-Baptiste Grenouille para detectar algo cuando ya están en las librerías. Como máximo un olor vagamente industrial. Sin embargo, el tópico se ha perpetuado para distinguir el libro de papel del libro electrónico. El olor de los libros es un argumento que sale a menudo cuando se quiere defender el papel, y forma parte de ese romanticismo algo ñoño que acompaña el acto de la lectura en el siglo XXI. Como la literatura se está convirtiendo en una actividad sectaria, casi de reserva india, hay lectores que necesitan alicientes exteriores -la parafernalia, digamos- que les confirmen que no están perdiendo el tiempo. De ahí, también, la transformación que han vivido las grandes librerías, con todos los 'gadgets' que apuntalan a la pasión: desde lámparas de lectura a tazas de Penguin o camisetas con citas de Beckett.

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En este territorio se mueve, visualmente, el plan del fomento de la lectura que ha presentado estos días el departamento de Cultura. La inversión de dinero es importante y hay que aplaudirla, así como la implicación de librerías, bibliotecas y editores. El plan tiene más enjundia y recorrido que la campaña que no hace mucho proyectó el avispado Mejide para el Ayuntamiento de Barcelona. Habrá que ver en qué consiste el Consell Nacional de la Lectura, un nombre que de entrada me recuerda a las intrigas totalitarias de las novelas de Ismail Kadaré. En el otro extremo está la bondad que se cierne sobre la campaña visual: todo muy limpio y alegre y un punto infantil, como la creación del neologismo 'llibrèfils' (que a mí, lo siento, me remite a 'llepafils').

A la postre, el mensaje que transmiten las campañas lectoras de nuestros días es que la lectura ya no es un buena manera de estar solo, de recogimiento personal, o incluso de iniciación, sino que -como todo lo que nos rodea- es una moda, tal vez una fe, y hay que compartirlo para que sea satisfactorio. Por el camino hemos olvidado que la mejor promoción para la lectura es la propia lectura, sin condicionantes, porque sí o porque no.

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