Hacer, y hacer hacer

JAUME SUBIRANA

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Ahora que los 'consellers' de la Generalitat se dedican a tuitear y los intelectuales a asistir a tertulias remuneradas, quizá no esté fuera de lugar evocar aquel pasaje del 'Quijote' en el que Cervantes cita a San Juan y su 'operibus credite et non verbis': creed las obras, no las palabras. Hablando de obra hecha, acaban de publicarse, con la discreción habitual, tres volúmenes dedicados a tres de los grandes hacedores de la cultura catalana de la dictadura a la democracia. Me refiero a los números extraordinarios de la 'Revista de Catalunya' titulados 'Albert Manent: acció cultural, compromís civil i projecte intel·lectual' (coordinado por Jordi Amat) y 'Max Cahner: artífex de la recuperació cultural i creador d’estructures d’estat' (coordinado por Joan Tres) y al libro de Punctum y Edicions 62 'Josep M. Castellet, editor i mediador cultural', a cargo de Enric Gallén y José Francisco Ruiz Casanova, con un bello texto inicial de Isabel Castellet.

¿Qué palabra deberíamos utilizar para quienes, como Cahner, Castellet o Manent, cada uno de ellos a su manera y con sus matices, hicieron que sucedieran tantas cosas, no pararon de diseñar y de poner en marcha iniciativas, de ir arriba y abajo, de organizar actos, de poner a gente en contacto? Retomando los títulos de los tres libros, les podríamos llamar mediadores, artífices, activistas. Otros han utilizado también, en un contexto más académico, expresiones como agentes culturales, conexionistas o facilitadores. Agentes y mediadores, pues: cordones y ojales. De la energía aparentemente inagotable de los tres y de un puñado más de nombres (sumados a sus herederos, medio anónimos aún) vive en gran parte el sistema literario catalán.

Max Cahner, Josep M. Castellet, Albert Manent: gente que no paró de inventar y de probar, de hacer y de hacer hacer, con una idea de país en la cabeza (cada uno de ellos la suya) que no tenía nada que ver con lo que veían pero sí con lo que creían, empeñados en construir lo que echaban en falta. Porque el éxito de las sociedades tiene nombres y apellidos después no siempre celebrados. La fama, dejémosla para los tuiteros.

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