Colau, alcaldesa con 'c'

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Ada Colau será alcaldesa de BarcelonaAda Colau y como todos los cargos electos merece un respeto, se esté más o menos de acuerdo con su programa, se la haya votado o no en las elecciones. Si nadie cuestiona la autoridad del presidente de la Generalitat, la de los consellers o la de cualquier otro alcalde, por pequeño que sea el municipio, no hay por qué recelar del derecho de la líder de Barcelona en Comú a gobernar el ayuntamiento de la capital. Derecho a hacerlo e incluso a equivocarse (si puede ser, lo menos posible), como todos los mandatarios.

La reflexión viene a cuenta de las declaraciones que realizó ayer Alberto Fernández Díazquien abogó por buscar una fórmula, aunque sea a medio plazo, que impida que la «alkaldesa», sí , sí, con kAda Colau acabe mandando en el ayuntamiento. «No existe ningún dogma que obligue a que la lista más votada gobierne el consistorio», afirmó, olvidando que esa es precisamente una de las reivindicaciones de su partido para, por ejemplo, hacerse con la alcaldía de Madridalcaldía de Madrid.

El programa de Colau ha convencido a miles de barceloneses. Para otros más que ilusionante es ilusorio, pero al menos hay que darle los 100 días de rigor para saber si está obligada a reformular algunas de sus propuestas e introducir un poco más de pragmatismo o es capaz de llevarlas a cabo sin renuncia alguna. A la nueva alcaldesa, como al resto de ediles del país, lo que hay que exigirle es que sea la alcaldesa de todos, de los que la han votado y los que no. La de los barrios periféricos pero también de los céntricos. Del petit botiguer y de las marcas de lujo que son un punto de atracción de turismo que se deja millones de euros cada año en el paseo de Gràcia. Colau se ha propuesto plantar cara a las empresas de suministros para atajar de verdad la pobreza energética, pero no lo tendrá fácil porque, por un lado, topará con la legalidad, y por el otro, con la picaresca, intrínseca a la condición humana.

A la nueva alcaldesa no hay que exigirle más que a sus antecesores, pero tampoco menos. En sus manos está cumplir con las promesas de transparencia y buen gobierno de su programa aunque también aclarar cómo será el nuevo modelo turístico que defiende para la ciudad. Es difícil encontrar a un barcelonés que no crea que hay que intentar poner orden a la imagen de capital masificada, que a veces tiene más de escaparate que de ciudad. Pero eso no significa que los barceloneses renuncien a que la suya sea una ciudad referente a nivel mundial. Un estudio presentado el pasado mes de marzo situaba a Barcelona en el número 38 en el ránking de calidad de vida para los expatriados (Viena era la número uno y Bagdad, la última). Ahora solo falta que los nacidos en la capital catalana también lo noten.