MI HERMOSA LAVANDERÍA

20 clases de mortadela

COIXET

COIXET / periodico

ISABEL COIXET

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Uno de los autores favoritos de Ignacio Vidal-Folch, Ivan Klíma, dice por boca de uno de sus atónitos personajes: “Un número creciente de gente en su trabajo entra en contacto con un decreciente fragmento de la realidad; a medida que su mundo empequeñece, así lo hace su lenguaje”. Y eso es exactamente lo que le pasa al protagonista de la magistral (adjetivo digno de un discurso de pope socialista en el Bucarest de 1967, lo sé) novela de Ignacio Vidal-Folch, Pronto seremos felices. ¿Qué sabemos de ese hombre? De esa presencia omnisciente, discreta, atenta, tierna, compasiva, atónita, que contempla el mundo que le rodea como un cariñoso entomólogo a sus criaturas favoritas?

Lo cierto es que no necesitamos saber mucho más. El misterio de esta novela forma parte de su encanto y nos sobra y basta saber que este viajante de comercio, vagamente español (en los dos sentidos de “vagamente”, nunca le vemos hacer mucho más que encontrarse con gente que le provoca una profunda conmiseración), es nuestro guía en esta rancia selva de los países del Este, que se desploma con un estrépito que huele a repollo y a sopa recalentada en una escalera manchada de humedad. Hay momentos espeluznantes en Pronto seremos felices. Quizás la ejecución de Ceaucescu y su mujer, vista en el televisor familiar con su tapete de puntilla y sus suvenires grotescos, sea uno de ellos y uno de los que revelan el dominio de la narración del escritor.

Pocas veces el horror ha sido contado con tal economía de medios y tal grado de humanidad. No sé si “humanidad” es la palabra. ¿Familiaridad? ¿Cotidianidad? Ante nosotros desfilan hombres y mujeres profundamente cabreados con el sistema, con los demás, con ellos mismos, montados en un tranvía siniestro que no va a ninguna parte. Les alberga una estructura ingeniosísima y brillante, a caballo entre El gran Gatsby (un Gatsby a la rumanabulgaracheca) y el aire melancólico de una película de Jirí Menzel. Y un punto de vista empático y misericordioso, único en la literatura española tan dada a juzgar y sentenciar, reafirma la profunda originalidad de Pronto seremos felices. Por encima de todo el libro, se oye en una radio mal sintonizada una canción de Bowie versioneada por Roxy Music: “Lanza tus preciosos dones al aire, y míralos caer... cuando éramos jóvenes...”. A veces también se oye un fado incongruente. Un gran libro –como una gran película o una pintura– es aquel que nos permite establecer un diálogo con nosotros mismos. Leyendo con un placer inmenso esta novela, yo me preguntaba qué nos diferencia de esos supervivientes, de estos arribistas, de estas víctimas llenas de fe en un sistema inhumano y cutre. ¿Qué nos separa de este mundo flotante y mortecino donde reina el miedo y el silencio? Quizás tan solo 20 clases de mortadela.